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miércoles, 3 de octubre de 2018

REINOS DE SANGRE. Brincos literarios en la historia de España.


Ningún origen es sencillo. Cual parto imprevisible, la mayoría de las naciones se retorcieron, soltando espumarajos de sangre y chorros de sudor, en la medida en que se configuraron, con mayor o menor suerte, en el estado moderno que conocemos en estas instancias del siglo veintiunonómico.


Sin embargo, hubo nacimientos súbitos y hasta predecibles, mientras que otros parecieron trámites de Cofinavit en la obtención de una hipoteca. En el caso mexicano, tenemos certeza de que las conquistas de Hernán Cortés fueron el núcleo de la Nueva España, aderezada por la ambición de otros vivales y aventureros. Contrastantes con la vocación y valentía de los heroicos misioneros que evangelizaron terrenos más peligrosos e ígnotos para los buscadores de fortuna del siglo de oro y posterior decadencia española.

En esta época en la que nuestros políticos se dan aires de estadistas y revisionistas, contemplo con estupor la decisión del Jefe de Gobierno de la CDMX de retirar las placas que atribuyen la construcción e inauguración del metro capitalino al villano de moda: Gustavo Díaz Ordaz. Los juegos olímpicos, el PIB, la estabilidad económica y el milagro mexicano valen un pepino, ante el tsunami chairo que amenaza con volcarse en nuestro país el próximo sexenio. Ya satanizaron a Cortés y desterraron a Iturbide; al niño héroe Miramón se le dejó en un rincón del ostracismo institucional. Ahora toca al popularmente llamado "Tribilín".  Como la historia no se puede cambiar, lo mejor es tergiversarla.

España tiene también sus cuentas pendientes. Tiene dolores similares a los del parto -o más bien de piedras en el riñón- ante el embate de las fuerzas nativistas que exigen, sin más ni más, que Cataluña sea cabeza de ratón. Ahora mismo escucho debates sobre la Guerra Civil, sobre enterrar a Franco más profundo, o incluso arrojar una bomba de racimo en el valle de los caídos. No cabe duda que los latinos no sabemos reconciliarnos con nuestra historia.

Aquellos pseudo-revisionistas no se dan cuenta que la creación de la España moderna es producto de mucha sangre. Muchísimos años de gestación, para borrarse con un par de consultas al pueblo bueno. En ese contexto llega a mis manos un libro hecho para los españoles, idóneo para la época: REINOS DE SANGRE.

En la generalización cultural que tendría el mexicano promedio - es mucho decir- respecto de la historia de España, poco podemos hablar sobre el origen de esa nación. A lo mucho, nos remontamos a los Reyes católicos- Isabel y Fernando-, a la unificación debida a una boda real - aparentemente pacífica- y a la expulsión de Boabdill y sus secuaces tras la toma de Granada. Ese tal Boabdill tuvo una madre antifeminista, si creemos lo que le dijo: "No llores con lágrimas de mujer lo que no supiste defender como hombre".

Pocos más sabrán hablar de la invasión musulmana que borró de un brochazo al reino visigodo con todo y Roderico; luego encomendarse a Don Pelayo quien, desde las montañas asturianas comienza la configuración del constructo social y cultural que fue germen de la España moderna.

Bues bien, en estos días y con estos datos llegó a mis manos un libro de hechuras recientes, producto del abogado Oscar Eimil. Jurista pero sobre todo articulista. Acostumbrado a las notas de corta extensión, osa escribir su primera novela. Para bien, pero sobre todo para mal, el dejo de escribir en relatos cortos nos entrega un relato con ciertos "brincos" literarios que luego se vuelven históricos, con lo que se pierde interés e incluso comprensión sobre el tema.

¿De qué va la novela? De la península ibérica entre los años 1031 y 1063. Los reinos cristianos descansan tras la muerte de Almanzor, el último caudillo del Califato de Córdova que llegó a aterrorizar a los cristianos. Hizo de los reinos norteños sus tributarios, organizó terribles aceifas que agregaron territorio al califato a costa de los cristianos, y logró la última etapa de esplendor árabe en la península.

A su muerte, el califato se disgrega en diferentes taifas, lo que provoca el reordenamiento y empuje de los reinos cristianos, con momentos de unidad como las Navas de Tolosa. La suerte del dominio árabe en la península está echada.

Sin embargo, los reyes ibéricos se odian casi tanto entre sí, como lo hacen con el moro. Entre la costumbre franca de repartir un reino entre los hijos, y el odio carnal digno de una película tarantinesca, la reconquista española tardará todavía cosa de cuatro siglos. ¿Qué hubiera pasado si la unificación ibérica se hubiera realizado en el siglo XI, y no en el siglo XV, como finalmente pasó?

Es de necios filosofar sobre el hubiera, pero la historia de muerte y traición que el autor nos muestra en esos treinta años, nos hace soñar y fantasear - como lo hace AMLO con su tren maya- con una unificación adelantada. Si Fernando I hubiera conservado la unidad de Castilla, Galicia y León, a la par que se hubiera lanzado sobre Navarra, la cual tenía casi a su merced. Otro gallo cantaría a España. El pilón hubiera sido Aragón y sus vasallos.

Es un libro con buenos momentos, pero la vocación de articulista del autor amenaza con sabotearlo. Casi siempre relata los momentos de conjuras y conspiraciones, bajo el resguardo de un convento o la oscuridad de una cueva. Los asesinatos y las muertes son a cuentagotas, y cambia de escenario demasiado pronto, cuando la batalla terminó o el complot está finiquitado. Para los amantes de la bizarría, puede volverse un libro aburrido, pues intencionalmente se "brinca" los grandes momentos de acción, que le darían mayor justificación al nombre de "Reinos de sangre".

Disfrutamos, elucubramos y de repente nos frustramos con las luchas familiares entre los reyes de León, Galicia y Navarra. Castilla y Aragón, en ciernes; pronto superarán a sus hermanos. Y crece mi admiración hacia Santiago Posteguillo, quien tiene la capacidad de narrar las batallas al detalle sin aburrir. Muy pocos se atreven a tanto, como lo compruebo con Oscar Eimil.

https://youtu.be/g3MqqD0K55Q