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miércoles, 12 de febrero de 2014

LA INFANCIA DE JESÚS. Alegoría antisistémica.


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Hay autores que nos acercan a todas las tonalidades del espectro literario, en cuanto a los galardonados por el Nobel se refiere. Con algunos hay que andarse con tiento, mientras que con otros percibimos su literatura como un “libro abierto”. Me refiero a esa figura en el sentido de que hay autores más universales que otros en su comprensión; a pesar de que el premio siempre tiene un argumento de universalidad.

¿Será por eso que no le entregan el Nobel a Murakami? Sus libros pueden devorarse de forma intensa en todo el mundo desarrollado,  pero la temática y los personajes de sus novelas siempre tienen una carga profundamente nipona y contemporánea. Como sea, todos le entendemos y apreciamos.

Por otro lado, Vargas Llosa, a pesar de ser catalogado como profundamente latinoamericano, no se circunscribe en todas sus obras a personales latinos. Y un tercer tipo de escritores se refiere a aquellos que parece que escriben para el ser humano, sin adjetivos.

Con esto me topé cuando compre el último libro de John Maxwell Coetzee. Premio Nobel de Literatura allá por el 2003, si no me equivoco. Al leer su libro, no pude evitar sentir similitudes con Saramago y con Calvino, desde mi perspectiva muy particular.

En “Ensayo sobre la ceguera”, Saramago omite dar señas particulares de sus personajes. Son universales. El que se identifique con tal o cual, que se “ponga el saco”. El doctor, la esposa, la mujer galante. Un gran libro que analiza desde su profundidad y dolor, al género humano.

Con Italo Calvino, creo que se necesita un poco más de aportación del lector. “Las ciudades invisibles” es un título de difícil digestión si va uno en busca de un relato fácil. Es la obra reina de las alegorías.

Precisamente de eso se trata Coetzee en su nueva novela. Si bien en un principio es fácil de leer, pronto nos damos cuenta de que debemos de superar la fácil comparación y volar más alto, para interpretas –disfrutar- su novela. Las taras no están permitidas. Hay que ponerse a pensar.

No sabemos mucho del mundo en general. Pero hay un nuevo país al que la mayoría llega cruzando el vasto océano.  Al llegar, hay una suerte de campamentos de refugiados. Tienen un curso de español intensivo, pues es ahora el idioma del país receptor. Ironías del destino, el lenguaje de la ciencia, la cultura y los negocios es el español.

En esas circunstancias llegan Simón y David. El primero, un adulto de unos 45 años; el segundo, un párvulo de tan solo 5. No son familiares. Simplemente, el niño tenía el nombre de su madre en una carta que perdió durante su estadía en el barco. Simón adopta al niño, por decirlo de una manera. Y se propone ayudarlo a encontrar a su madre, una vez que se instalen en el nuevo país. Su misma edad les es asignada al llegar a la tierra prometida.

Luego de seis semanas de acondicionamiento en Belstar –el campamento de refugiados en la playa- son movilizados a Novilla, la ciudad importante. En el nuevo país priva una suerte de estado de bienestar. Tienen asignado un departamento para ellos, el transporte público es gratuito, hay garantía de conseguir un trabajo. Sin embargo, también hay fallas en el sistema: por cuestiones de horario y logística no pueden acceder a su departamento y duermen en un tejaban construido para el momento.

Algo raro pasa en Novilla. La gente es amable, sin llegar a ser cariñosa. Hay respeto y apoyo entre las personas, pero nada de sentimientos fuertes. La comida es sosa…nutritiva sin encantar. En pocas palabras, la gente ha renunciado a la pasión por algo, y se han conformado por vivir bien, de acuerdo a los estándares generalizados.

En Simón hay una doble lucha: al mismo tiempo que se cuestiona el statu quo de la sociedad imperante, busca, por medio de corazonadas, a la posible madre de su hijo. En el camino, tiene tiempo para establecer relación con una vecina. Su hijo adoptivo, hace migas con el hijo de la vecina. Hay la posibilidad de formar una pareja, pero de antemano las personas renuncian al fracaso amoroso; por eso evitan esas emociones fuertes.

En un lugar llamado “La Residencia” a Simón le parece haber encontrado en Inés a la madre de David. Recuerden que todos los nombres de los personajes son nuevos…a todo mundo se le ha pedido implícitamente que renuncie a su pasado y a su historia anterior. Por eso no hay parentescos ni genealogías. El semianonimato es la clave para sobrevivir en ese mundo prometeder. La famosa Residencia es una suerte de coto para personas de un estrato social alto. ¿Quién decidió que ellos serían la clase alta en el nuevo mundo? Quién sabe.

La segunda parte de la novela viene en marabunta. Se agolpan los cuestionamientos de Simón al sistema, a la forma de trabajar, a la manera como Inés quiere educar a David, al sistema educativo tradicional, al sistema educativo especial, y a los caprichos del nuevo David. Su madre lo sobreprotege y él entiende que la verdad absoluta proviene de su imaginación, no de la adecuación de la mente con los objetos.

Ya saben que en estos comentarios tratamos de evitar relatar el final de cualquier obra. Pero debo de decirles que las aplicaciones –y las implicaciones- de la novela son muchas. ¿Qué quiso decir el autor al referirse al nuevo país? ¿El sueño americano, el sueño europeo? ¿Hay que renunciar a nuestro bagaje cultural para conseguir un mundo mejor? ¿El mundo mejor realmente es mejor? El estado planificado, el estado de bienestar….son un paliativo, son un fracaso.

La gente vive razonablemente bien, pero no es feliz. O al menos en ese mundo se ha renunciado a lo mejor, en aras de lo bueno. Los Valores Universales han agregado valor a la vida, pero le han quitado sabor a las particularidades humanas. Y la filosofía se encarga de cosas intrascendentes. En vez de preguntarse por el fin último de las cosas, el fin último de la persona humana, se pregunta sobre la “sillidez” de una silla. La esencia de las cosas, nunca de las personas. Y siempre está la angustia, a veces la esperanza, de lograr un futuro mejor.

El futuro mejor siempre está más allá. La utopía. Y Si Simón es formidablemente racional y filosófico al cuestionarse el sistema, él terminará declinándose por apoyar decisiones absurdas cuando de sus seres queridos se trata. NO está casado, ni es el padre o tutor legal de David. Pero una pasión interna lo lleva a buscar lo que considera mejor para el niño. Una tremenda paradoja de vida.

Empieza como un libro ligero, pero nada que ver. “La infancia de Jesús” es un libro que pone a pensar tremendamente, una vez que uno sabe apretar el botón adecuado. Una Mega-alegoría del mundo posmoderno, con ejemplos del siglo XIX. Porque parece que los hombres estamos condenados a repetirnos, cuando las soluciones que encontramos no son perfectas…solo buenas.