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miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL CONSERVADOR. Estampas del apartheid.

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Sudáfrica nos ha legado, hasta el momento, dos premios Nobel de Literatura: Johan Maxwell Coetzee y Nadine Gordimer. De JMC me declaro admirador, y fiel seguidor. Si estilo literario sabe combinar simplicidad estilística y profundidad psicológica. Acabo de leer una obra de Nadine Gordimer, y me encuentro con sentimientos un tanto disímbolos.

El libro que tengo en mis manos, se titula "El Conservador".  Fue escrito en 1974. El apartheid, en plenitud. Sudáfrica, apartada de mundo y posesionada de Namibia, como una colonia africana de otro país africano. Los jóvenes tienen que cumplir con el servicio militar obligatorio, el cual implica cumplir con varios meses de adiestramiento militar, pero también de misiones militares, en las tierras mencionadas.

En ese contexto se ubica la vida de Mehring. Es un empresario exitoso. Se presume a sí mismo como productor de "lingotes de hierro". Pasa de los cincuenta años, gana bastante bien, y buena parte de su vida reside fuera de Sudáfrica, en viajes de negocios. Atractivo para su edad, tiene una pareja ocasional. Divorciado de su esposa, frecuenta a su hijo con ocasión de vacaciones escolares y otros asuntos propios de la juventud.

Para darle un poco de sabor a su vida, ha decidido comprar un rancho, a una hora de distancia de la ciudad. El cuidador del rancho es un negro, Jacobus, y tiene como vecino a una familia de afrikáners de apellido De Beer. El primer capítulo comienza con el descubrimiento del cadáver de un nombre de raza negra, en la periferia de su propiedad.

La verdad, el primer capítulo sonaba interesante. Ya me preparaba para una buena trama, y un desenlace interesante. Me parece que la historia de Sudáfrica en el siglo XX es uno de los temas más interesantes de la historia. Sin embargo, a mi parecer, creo que la novela nunca termina de inflarse y tomar vuelo.

Los capítulos de la novela son muy variados, tanto en su extensión como en su contenido: ora vemos un episodio de Mehring con su amante, luego presenciamos un episodio en el que él coquetea y juega con una migrante portuguesa dentro de un avión. El hallazgo del cadáver en su finca pasa a ser una mera anécdota de tu vida, y todo lo que ocurre se acomoda en ese mismo nivel de importancia.

¿Cuál es el resultado? Que la línea narrativa se vuelve débil, que la novela se convierte en un escrito primordialmente descriptivo, y que por esa razón el lector puede terminar por fastidiarse, o incluso por no involucrarse con los personajes.

Efectivamente, cada uno de esos capítulos es una preciosa postal: una maravillosa descripción de la campiña sudafricana, una buena lista de cotejo de los prejuicios raciales imperantes, las costumbres de los blancos racistas, el estilo de vida soñado por un viejo rabo verde con personalidad y condescendencia. Más interesantes me resultaron los capítulos en los que narra las costumbres de los pueblos africanos originales. El esfuerzo de los tenderos hindúes por pasar desapercibidos y seguir con su negocio, y el proceso para que una madre negra africana se convierta en hechicera.

Al final, parece convertirse en una novela un tanto nihilista. Los triunfos, el status, las prevendas económicas no sirven de nada. Al final, cometes una imprudencia, mueres en un asalto, y todo tu círculo social se hace el occiso. Necesitarás de los negros de tu finca para que te construyan el ataúd y te entierren en tu propiedad. Una despedida bucólica, soñada, para algunos. Una ignominia para un afrikáner.

Si Terrence Malik fuera un escritor, seguro que hubiera escrito esta novela. Me parece, de repente, sumamente contemplativa. Hay un desequilibrio notable entre la descripción y acción. Por un lado, identifico la denuncia característica de Nadine Gordimer acerca de la situación imperante en su país. Pero la clave de una buena narración, es saber contar una historia. Nos es un libro malo. Al contrario, sus "postales" son auténticamente joyas. Pero no son para todos los gustos. Es más, este libro es para personas sumamente observadoras, capaces de engancharse con los detalles, más que con los personajes.