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viernes, 27 de junio de 2014

AFTER DARK. Todo pasa en una noche.

En mi anterior reseña, respecto de Murakami, había comentado que lo que él lograba en sus espacios literarios, era más digno de llamarse "realismo mágico"  respecto de sus contrapartes latinoamericanos. La narración, en manos de este especialista japonés, transcurre con un ritmo métodico, al tiempo que las divergencias o excentricidades entran con una apariencia metódica, más apta para el investigador científico que para el loco de mente volátil.



Aquel comentario lo sustenté en mi lectura de 1Q84. Hay dos mundos paralelos, podemos interactuar entre ambos y la clave para saber dónde estamos es descubrir esa segunda luna. En el caso de "After Dark, puede que haya dos mundos. O mejor dicho, una mujer atrapada entre esos dos mundos. La evidencia irrefutable es la aparición o desaparición de Eri: primero en su cuarto, segundo en otro cuarto reflejado por un monitor. No, no es "Saw" versión oriental.

Una de las especialidades de Murakami es su capacidad de "intimar" con los personajes. Dicho de otra manera, no es necesario que ocurra algo extraordinario para que un personaje le interese. Visto desde el punto de vista del autor, todos estamos profundamente dolidos por algo. Y sin embargo, para todos se asoma una pequeña luz de esperanza, de que puede venir un futuro mejor. No podemos dividir a sus personajes éticamente; deberíamos de dividirlos entre los abatidos y los esperanzados.

¿De qué trata After Dark? De una noche. Literalmente, todo ocurre entre las 23:55 horas de un día y las 6:52 horas del día siguiente. Nos encontramos con personajes que, por alguna razón, tienen conflictos con el sueño: algunos no quieren dormir, otros no pueden dormir, y una protagonista no puede despertar. La zona urbana de Tokio, con sus característicos edificios urbanos y trenes rápido, serán el caldo de cultivo ideal para convertir un montón de seres anónimos, en un nudo gordiano que las circunstancias atarán.

¿Cuál es el punto de partida?

Ery y Mari son hermanas. Diametralmente opuestas. Eri está en una cama, durmiendo plácidamente. Mari está en Denny's, leyendo algo, alejando un sueño al que por convicción no quiere llegar.

Takahashi es un aspirante a estudiar Derecho. Ensaya en un sótano con su grupo de Jazz algunas noches. Le gusta el Jazz después de haber escuchado la canción Five spots after dark. Se topará con Mary en la citada cafetería. Solo la ha visto una vez (en una cita doble) pero su interés por charlar con ella moverá las piezas del dominó.

Kaoru es la administradora de un hotel de paso. O como se les dice en Japón: love-hotel. Requerirá de una intérprete pues una prostituta china acaba de ser brutalmente golpeada, por un cliente que se escapó sin pagar. Takahashi le comentará que Mari sabe algo de chino.

Kororu y Komugi trabajan en el hotel. Terminarán por compartir momentos e historia con Mari, a raíz de la situación presentada en el hotel. La mafia china no dejará esto así. El agresor se llevó la ropa y el celular de la prostituta china.

El agresor, a quien identificamos como un empleado informático de una empresa cercana, terminará de trabajar hasta muy tarde. Es casado y usualmente cuando llega a casa, su esposa y su hijo están dormidos. Tiene miedo de llegar; y "debe" de estar dormido para el momento en que su esposa despierte.

Todo esto es el punto de partida. En siete horas, más o menos, personajes cuasi-anónimos entre sí entablarán relaciones que van de lo afable a lo entrañable. Compartirán dolor, simpatía e incluso amistad profunda. Mientras eso ocurre, tardaremos en identificar el drama de Eri, que en realidad lleva más de lo que nos imaginamos sujeta a su cama. Para la mayoría, el problema es no poder dormir. Para ella, el problema es no poder despertar.

En esta novela, no pasa nada, cuando en realidad pasa todo. Me arriesgo a inferir que es una suerte de crítica existencialista a la sociedad japonesa, y de paso a todos los que estamos inmersos en esos mundos alternos que constituyen las megalópolis modernas. La soledad se acrecienta, y cada quien tiene que viajar en el metro, en el tren, por la calle, con sus propios traumas. No decimos nada, pero nuestro ser clama por una necesidad de compartir, de sentir algo más por alguien más.

A veces, las circunstancias ayudan. Creo que Murakami nos dice que en lo circunstancial podemos encontrar lo valioso del día. Lo valioso de la vida. El anonimato, cuando es consciente, es en realidad autoimpuesto. En realidad, somos tan importantes que hay alguien, por allí, que sigue nuestra vida, nuestros insulsos detalles. Ese sujeto sigue con atención el guión que corresponde a nuestro día. Se angustia, pero no puede intervenir, como nosotros cuando contemplamos con impotencia la ubicuidad de Eri y su incapacidad de despertar. En ocasiones, dormidos nos vemos mejor.