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lunes, 14 de marzo de 2016

DISPARA, YO YA ESTOY MUERTO. Agradable sorpresa.



Confieso que hasta hace un mes desconocía casi por completo la labor literaria de Julia Navarro. La única referencia que tenía de ella, era la recomendación del libro en medio de las propuestas literarias de una revista de historia española, de la cual procuro comprar todos sus ejemplares. En medio de la oferta literaria que encontré en Gonvill,  aparecía este texto como novedad. La contraportada hablaba de la historia de dos familias en Palestina a lo largo de 100 años. Dado que tengo el Síndrome de Downtown Abby y de Ken Follet, el sumario me hipnotizó. Decidí comprarlo.

No me arrepiento. Me resultó un gran placer literario, a pesar de que el libro no es en realidad fácil. Aunque pueda sonar un poco apriorístico, puesto que no conozco otras novelas de Julia Navarro, me parece que su estilo personal es muy identificable, y no conozco a muchos escritores que logren un nivel magistral de descripción, basándose prácticamente en los diálogos de los personajes. De esta manera, la autora logra una densidad situacional que parecería casi imposible de digerir. Sin embargo, hace que fluyan las situaciones con naturalidad, como nadando en el Mar Muerto: lento, pero avanzas. Y seguro nunca te ahogas.

Parece ya una opción estereotipada el narrar las relaciones entre dos familias de diferente origen, pero unidas por la vecindad o los lazos comunes que las propias vivencias les han generado. Por un lado, están Los Zucker, judíos que en realidad son de Rusia pero que por los continuos pogromos y el antisemitismo rampante, tienen que evadir el peligro trasladándose a Francia, y luego a Palestina. En la contraparte, están los Siad. Árabes musulmanes devotos que descubren la ventaja de tener un jefe judío, para después sentirse amenazados por esa ola migratoria que reconfigura de nuevo los límites étnicos de su nación. ¿Les suena de actualidad?

La historia, como tal, empieza en un año no muy lejano a este 2016. Una delegada de Naciones Unidas tiene que realizar un estudio sobre las condiciones en que se están fincando asentamientos judíos en terrenos asignados a la nación palestina, lo que es motivo de protesta mundial. Miriam (así se llama esta delegada), ha entrevistado del lado de los campamentos de refugiados a descendientes de los Siad. Ahora ha querido entrevistar a Ezequiel Zucker, el anciano vivo de la dinastía judía. Aparentemente, la entrevista debería de ser un mero requisito, pero se convierte en un enorme diálogo que busca como final comprender, con la historia de esas familias, los acontecimientos que llevaron a una separación irreconciliable.

Tenemos a tres personajes importantes por el lado judío: Isaac, Samuel y Ezequiel. Y por el lado árabe, a Amhed, Mohamed y Rami. La historia empieza en San Petersburgo, donde Isaac Zucker es un comerciante de pieles. Tiene un tío en París que con esas pieles confecciona abrigos de la más alta calidad, vendibles a las damas de la aristocracia rusa. Los judíos viven en ascuas dentro de la decadencia social y política del Imperio Ruso. Los ataques son continuos, y si a los judíos se les relaciona con anarquista y comunistas, el desenlace es letal. El viejo Isaac huye de una aldea polaca para refugiarse en San Petersburgo, una cuidad cosmopolita donde se presume un ambiente de mayor tolerancia.

Poco a poco, la premisa se repite. Y obligará a Samuel a huir temporalmente a París, donde se cree que estará a salvo. Pero en Francia ha estallado el caso Dreyfuss. Y también Herzog y el movimiento sionista. Todos esos elementos son piezas clave de un rompecabezas que terminará con la migración de Samuel hacia Jerusalén.

En la otra baza de este póquer, tenemos a Amhed Siad. Un honorable musulmán que se ve en apuros ante el cambio de propietario respecto de la parcela que cultiva. Resulta que los judíos andan comprando terrenos, y se han convertido en los nuevos patrones. No saben cultivar la tierra, no saben cortar una cantera. Pero tienen ganas y un espíritu de emprendedurismo digno de envidia. Entre ambas familias, se va formando un vínculo de cercanía y de amistad que se romperá de manera abrupta con el conflicto árabe-israelí.

Se dice en pocas palabras. Pero realmente son 860 páginas de una narrativa magnífica. Insisto que Julia Navarro se detiene poco en la descripción de las cosas. Pone énfasis en los diálogos para completar esta parte. Y realmente pasan muchas cosas en las vidas de los protagonistas. Dado que estamos escuchando las voces de los protagonistas, el cambio del narrador de tercera persona a primera persona es sutil.

A quien le guste la historia, o le interese el conflicto árabe israelí, esta novela es una magnífica oportunidad de abundar en el tema, tomar el fondo de hechos reales que soportan las historias humanas, o incluso de poder entenderlo un poco más a ras de tierra. Está lleno de datos históricos verificables, aunque los personajes son completamente ficticios. Y es injusto mencionar solamente a los patriarcas de cada generación, pues hay una veintena de personajes satélite que son clave para que la historia se desarrolle de manera satisfactoria.

Eso sí, el final me sorprendió. El giro, aunque se pueda intuir, realmente no era esperado para mi, por la forma en que está dirigido el resto del relato. Me quedo con ganas de comprar otro libro de la misma autora, para verificar su proceso estilístico. Usualmente, los reporteros se tornan en magníficos escritores. El arte de reportar la realidad con la mayor objetividad posible se puede mezclar un la imaginación que estuvo atada durante un tiempo. Veo una obra equilibrada. Eso sí, no es fácil de leer. Tiene mucha información, personajes de gran densidad, y por más que lees, no avanzas tanto como te imaginas. Pero no importa. El libro es un placer.

Volveremos a vernos. Me tomé el reto de deshojar "La guerra y la paz". Pero antes de tomar un monstruo de mayor densidad que el que terminé de leer, ya encontré algo ligero que me permitirá afinar los ojos. En la siguiente, hablaremos de Coetzee.

Y por cierto, definitivamente recomiendo el libro de Julia Navarro. Te reta, pero es tremendamente satisfactorio.