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viernes, 4 de mayo de 2018

EL ALIENISTA. La cara decadente de un país floreciente.


Aclaro que fue un libro que compre meramente por intuición. Thrillers psicológicos, con una combinación de asesinos seriales y personas evidentemente dañadas pero funcionales constituyen una mezcla definitivamente irresistible para mis gustos literarios. 

Justo el día en que compro el citado libro, aparece en mi plataforma de Netflix el aviso del estreno de la serie basada en el libro de Caleb Carr, a mediados de mes. No tuve más remedio que obligarme a leer al menos 30 páginas por día, independientemente de mis ocupaciones y problemas, a fin de obligarme a terminar el libro previo al estreno de la serie.

Definitivamente, es un libro que no cuesta trabajo leer. Aparentemente robusto como ladrillo de cúpula catalana, la trama en cuestión es lo suficientemente seductora para mantenernos "en la jugada" con respecto a la historia del famoso Lazlo y sus tratamientos poco convencionales, aplicables a la escoria de la humanidad. Claro,  visto desde los ojos de cualquier pos-victoriano decimonómico. Por eso, a quien hoy podríamos llamar como psicólogo clínico, en aquella época podríamos llamar alienista.

Pero veamos la trama. Todo empieza con un asesinato: el de un menor de edad, vestido de mujer. Perdón, el libro empieza con la muerte de Theodore Roosevelt, al cual acude el psicólogo Lazlo y el reportero John. Las conversaciones allí acaecidas constituyen el prolegómeno de la serie de casos horripilantes que motivaron el trabajo colaborativo de los implicados, a finales del siglo XIX.

Esa secuela de casos  comienza con el homicidio de un infante de origen italiano. John Moore, reportero de un periódico neoyorkino, acude al lugar de los hechos, casi obligado por el Doctor Lazlo. El ritual de sacrificio es a todas luces terrorífico: amputado de los glúteos, extirpado de los ojos, con cortes en los brazos, y los genitales arrancados de su receptáculo original para ser depositados en la boca del infante asesinado.

Poco a poco, se involucran en la investigación del homicidio el Comisario Roosevelt, quien se encuentra en una cruzada contra la corrupción policiaca; Sara, secretaria del comisario y primer mujer que trabaja en la jefatura de policía de New York; Mary, ama de llaves del Doctor Lazlo, y un par de detectives de origen judío que constituyen la vanguardia en cuanto a investigación criminal.

El desarrollo de la investigación es un motivo perfecto para sondear el bajo mundo de New York a finales del siglo XIX. Barrios elegantes en contraposición con tugurios de inmigrantes. Prostitución infantil y homosexual al por mayor. Libre venta de sustancias como la cocaína, la heroína y otras. Corrupción rampante en los cuerpos policiacos y las instancias administrativas de la ciudad. Y un deseo muy poderoso de las altas representaciones eclesiales por quitarle visibilidad a la divulgación de los homicidios.

Porque, sabrán ustedes señores, que los homicidios se suceden en fechas que tienen un alto significado en el calendario litúrgico católico. Y la lucha por acelerar la investigación radica en lograr identificar al asesino antes de que cometa un homicidio el día de San Juan.

Se enfrentarán a un asesino que es producto de una infancia sumamente atormentada. ¿Cuándo no es así? Y, en el sentido más freudiano o eriksoniano del término, todas sus acciones actuales tienen explicación en sus vivencias del pasado. Los padres de familia influyen más de lo que uno quisiera al moldear esas pequeñas almas atormentadas, para finalmente convertirlas en tremendos asesinos seriales con una connotación apocalíptica.

Es un libro que recomiendo ampliamente, aunque al final hay algunos cabos sueltos que creo no terminan por jalonarse de manera adecuada. No es un final trepidante, aunque sí se agradece la lógica con la que se desarrollan los acontecimientos de las últimas páginas. La maldad no reside en un lóbulo defectuoso de la mente del perpetrador. Es la última paradoja a la que se enfrenta Lazlo.

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https://www.youtube.com/watch?v=YtzgFRBvRy8