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viernes, 11 de octubre de 2013

LAS LEGIONES MALDITAS. De epopeyas y otras cosas.

¿Qué criterios podemos utilizar para clasificar un hecho histórico como epopeya? ¿Las repercusiones del mismo? ¿La importancia de los participantes? ¿El número de los implicados? ¿Todos juntos a la vez? Formular una respuesta, puede parecer en un principio fácil. Lo más probable es que enumeremos como ejemplos a hechos aprendidos como epopeyas, sin antes haberlos filtrado por alguno de los requisitos.

Me sorprendo a mí mismo cuando contrasto los números y la trascendencia de ciertos hechos históricos de escala mundial, con los de nuestra querida historia patria. Me siento más pequeño, y de repente creo que nos hemos sobredimensionado a nosotros mismos. Las más sangrientas batallas de la revolución mexicana apenas serían comparables en número, con algunas de las batallas que los romanos llevaron a cabo en la Segunda Guerra Púnica.

Claro, si preguntamos en las calles de cualquier ciudad mexicana al ciudadano promedio, acerca de las Guerras Púnicas, seguramente pensarán que los estamos albureando. Sui preguntamos sobre el Imperio Romano, probablemente recordarán algún par de datos de cultura general, y más escenas de series de televisión o películas que forjaron una serie de juicios y prejuicios en nuestro imaginario colectivo. Los veteranos recordarán su experiencia con Calígula en algún cine céntrico de los setentas. A ese nivel hemos llegado.

No sé en realidad por qué me apasiona la historia de Roma. Supongo que tiene ese nivel suficiente de emoción que representan todos los avatares de su nacimiento, crecimiento y coronación como el auge de la cultura occidental. Muchos de los “inventos” de la era moderna, eran de uso común para aquellos ciudadanos. Pocos países en la actualidad se podrían jactar de tener un ejército de doscientos mil soldados. Para los Romanos, eso era pan de cada día.

De qué trata “Las Legiones Malditas”. De los acontecimientos circundantes a una de las batallas más epopéyicas (permítanme el término por esta vez) de la historia. Me refiero a la Batalla de Zama, donde se enfrentaron las huestes de Escipión  versus Anibal. Dos genios de la táctica militar antigua. Esa batalla decidiría el final de la Segunda Guerra Púnica, y daría en definitiva el dominio a la República Romana del Mediterráneo Occidental.

No es Alejandro Magno, ni  los israelitas huyendo de Egipo. Pero mal haríamos en minimizar dicho acontecimiento, como lo hicieron los gobernantes helenizados de toda la parte oriental del Mare Nostrum. Veían a Roma como un pueblo semibárbaro, que tenía la fortuna de ubicarse en una parte del continente que no interesaba a nadie. En unos cuantos decenios, la incipiente república subyugará a todos los creídos gobernantes del lado opuestos. Solo los Partos interrumpirán este avance de poder.

El poder de Roma radicaba, en buena medida, en sus estrategias militares. Los francos de la I Cruzada sobrevivirán a su loca expedición gracias a que uno de sus jefes había leído sobre el “testudo”, famosa formación militar de los manípulos romanos. La formación legionaria superará a las falanges, y dominará el mundo occidental. ¿Sería aventurado decir que ese crecimiento empezó en Zama?

Vayamos por partes. Estamos en la segunda mitad de la guerra. Aníbal ya cruzó los Alpes y está provocando el pánico por el sur de Italia. Los romanos ya sufrieron el desastre de Cannae, y están comiendo de la mano del general. Divididos entre tantos frentes. El general Escipión trae esperanza a su pueblo, al golpear a los Cartagineses a través de sus dominios en Hispania. Ahora, Escipión tiene que convencer al Senado Romano que le permitan llevar la guerra a territorio africano, para darle a Aníbal una sopa de su propio chocolate. Por lo pronto, ha conquistado de manera audaz la capital de la colonia púnica, llamada Cartago Nova.

En suma, el libro es la historia de un desenlace inevitable. Escipión tiene que luchar contra Aníbal, para decidir el curso de la guerra. Pero el general Romano tiene que sortear numerosos obstáculos: rivales políticos, falta de recursos, traiciones internas y una amistad que parece desquebrajarse.  Hay un contrapunto que avanza, con más o menos uniformidad, en tres historias paralelas: las campañas de Escipión, el desenvolvimiento de sus rivales potenciales y la situación de Plauto y Nevio, artistas y pensadores de la Roma republicana.

La novela avanza buen ritmo, pero es muy rica en descripciones sobre los usos y costumbres romanos. El autor se deleitará en retratarnos, con nombres originales, todas las partes de un campamentos militar romano. No dudará en explicarnos, al tiempo que desarrolla la acción, cómo está constituido físicamente el edificio del senado. NO puede negar su vena de historiador y arqueólogo.

Me gustó sobremanera la narración sobre las batallas. Lentamente, parte por parte, explica los movimientos de los principales cuerpos castrenses implicados. En mi caso, es la mejor explicación que puedo obtener, para entender las razones de una victoria y derrota. Sus discursos flamígeros antes de la confrontación hacen ver la importancia de la motivación para dar la vida en dichos acontecimientos. Patria, al parecer, tenía un significado muy distinto en aquella época, si comparamos con nuestro neoliberalismo globalizador.


Escipión siempre estuvo en inferioridad numérica. Hablamos de batallas a campo abierto. Y se las ingeniaba para, con sus veinte o treinta mil soldados, vencer a ejércitos que en conjunto podrían llegar a cien mil o más. Y pensar que los norteamericanos nos vencieron en una guerra en la que dos GRANDES ejércitos de cinco mil personas cada uno hicieron pinza por el norte (Zachary Taylor) y por el centro (Windfield Scott). A eso me refería con las comparaciones iniciales. 

La batalla final, se tendrá que vencer utilizando a los derrotados de Cannae, esas legiones malditas que permanecieron en Sicilia a raíz de la vergüenza que provocaba su mera sobrevivencia. Eso enaltece más la labor titánica de Escipión. Y le da origen al título del libro.

Finalizando, creo que es una buena novela histórica. Una delicia para los amantes del género. Y puede ser una tortura para aquellos que gustan de la simplicidad en el relato. Definitivamente, no es un libro para todos. Sí lo fue para un servidor.