Un refugio para la literatura......y cosas que no tienen nada que ver.

No te hagas falsas espectativas......no es la fuente de la eterna sabiduría ni la llave de la diversión. Compartir es enriquecer. Es un lugar donde podrás expresar tus opiniones, espectativas e inquietudes sobre libros, poemas, novelas, adaptaciones al cine y demás asuntos que tienen que ver con aquellos que leemos un "poquito".

¡Bienvenido! Siempre se aceptan sugerencias, y todos estamos deseosos de que compartas tus vivencias y opiniones con los libros y objetos similares.

miércoles, 1 de junio de 2011

Leonard Cohen: Premio Príncipe de Asturias.

En esta ocasión, queremos resaltar el reconocimiento que se le hace aun gran poeta, escritor y cantante: el canadiense Leonard Cohen. ¿Quién no ha escuchado alguna de sus canciones en adaptaciones de películas, cómics y de otros trabajos académicos? Al escuchar su canción "Halleluja" se me viene a la mente "Watchmen"...y esa es sólo una de las más bizarras referencias.

Con una voz bastante gutural, pero elegante y de intensidad bastante emotiva, Cohen bien puede ser un referente para tres generaciones. Sus poemas, enmarcados en el desgarro emocional, la duda y el sentimentalismo, provocan semtimientos y miradas al interior de nuestra vida. Y debemos decir: tiene una vida bastante interesante.


¿

El Canadiense de origen judío Leonard   Cohen (Montreal, 1934) se coronó ayer Príncipe de Asturias de las Letras, desbancando a su compatriota Alice Munro y al británico Ian McEwan. “En él, la poesía y la música se funden en un valor inalterable”, destacó el jurado. Y es completamente cierto.
El autor de Suzanne siempre supo que tenía un arma en su voz íntima, que se desliza del oído al corazón sin previo aviso. En su adolescencia, tocaba la guitarra para atraer a las chicas. Había descubierto a Lorca a los 15 años. “Esos versos arruinaron mi vida”, dijo. Fue poeta y novelista antes que cantante. Grabó su primer disco, Songs of Leonard Cohen, en 1967, con la esperanza de ganar algo de dinero que le permitiera escribir sin agobios. En esa época ya era bastante conocido. Pertenecía a los círculos intelectuales de Montreal, y sus libros de poemas y su primera novela, El juego favorito (Edhasa), le habían aportado cierta fama.

Nació en el seno de un familia judía acomodada, segundo hijo de Nathaniel y Masha. Leía El libro de Isaías con su abuelo Salomón y asistió a la escuela hebrea. Los salmos siempre han estado presentes en sus versos y canciones –Who by fire o Hallelujah son famosos ejemplos–; la reflexión sobre la fe, sobre Dios, la culpa, la expiación...

Siempre ha dicho que su verdadera educación empezó en 1945 –pese a que él tenía sólo 6 años–, cuando vio las imágenes de los campos de concentración. La conciencia del sufrimiento ahondó el sentimiento de pérdida después de la temprana muerte de su padre, cuando tenía 9 años. A partir de 1955 empezó a llevar una vida semibohemia, pese a que estudió Arte, Literatura y Derecho Mercantil en la Universidad de McGill.
La poesía le daba algo de prestigio “y ninguna chica”. Así es Cohen, tan místico y tan terrenal, preguntando a Dios y amando a las mujeres. No quería trabajar en la fábrica de sus tíos, y viajó a EEUU, donde empezó el primero de sus éxodos. Después recaló en la isla de Hydra, en Grecia. En libertad y bajo el sol, escribió el poemario La caja de especias de la tierra, uno de los mejores. En 1967 publica Los hermosos vencidos, una novela críptica que le convirtió en el enfant terrible de los escritores canadienses, portavoz de la confusión, las dudas y la rebeldía de su generación. Hablaron de él como el “Byron judío” y le saludaron como a un nuevo Burroughs.

Su fama literaria llegó a su apogeo con otro libro de poesía, Parásitos del paraíso, pero a esas alturas Cohen decidió pasarse a la música. Sus libros le habían dado prestigio pero poco dinero.
El salto definitivo a Nueva York fue en 1966. Se instaló en el hotel Chelsea y empezó su época de chico malo. A una de sus amantes de entonces, la cantante Janis Joplin —tan frágil y rota por dentro y tan violenta por fuera– le dedicó una de sus canciones más famosas, Chelsea Hotel. Fue en esta época cuando John Hammond, el hombre que descubrió a Billie Holiday y trabajaba con Bob Dylan y Springsteen, escuchó Suzanne, que la cantante Judy Collins –también amante de Cohen– había incluido en uno de sus discos. Hammond pensó que si Dylan podía ser aclamado como poeta, un poeta como Cohen podía convertirse en cantante. A fin de cuentas, para Cohen no hay diferencia entre un poema y una canción: “Todos mis escritos tienen guitarras detrás, incluso las novelas”.

Pasar de la poesía a la canción salvó la vida creativa del cantautor canadiense, que ha vendido más de 15 millones de discos. Sus altibajos vitales empezaron a curarse con sus visitas al monasterio budista de Monte Baldy. Aquí recompuso su maltrecho espíritu. La confusión y el dolor de los 70 dieron paso a un Cohen renacido en los 80, más sereno y y profundo. Volvió a cantar en público acuciado por las deudas que le dejó otra de sus amantes: su manager se largó con sus ahorros.

Y en esa maratoniana gira mundial y recaudatoria afloró lo mejor de Cohen, viejo y sabio. También recaló en España en 2009: en Barcelona cumplió 75 años de nostalgia. El hombre del espíritu roto, el nuevo Príncipe de Asturias de las Letras, ha comprendido –y así lo ha escrito– que “ser infeliz no es una realidad; es un pensamiento”.

La redención de la culpa
Después de los excesos de finales de los 60, Cohen se retiró de nuevo a la isla de Hydra en 1975. Apenas se supo nada de él en años, hasta el punto de que Bob Dylan le dedicó una canción en un concierto: “Ésta es para Leonard, por si aún está por ahí”. Estaba, pero maltrecho, roto moralmente. Fue entonces cuando volvió a escribir, a reelaborar su bagaje literario, su tradición judía y la filosofía zen. Publica ‘El libro de la misericordia’, y vuelve al tema de la culpa y la redención. Y casi reconciliado con la vida, muchos años después, ha confesado que “no se trata de encontrar respuestas, sino de dejar de hacerte preguntas”.
(fuente: revista expansión)