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lunes, 9 de diciembre de 2013

LOS REYES MALDITOS VI: La flor de lis y el león.


Hemos llegado a la parte culminante de la saga. Las historias de dos países y de tres casas reinantes, colisionarán en este tomo para dar origen a una de las guerras más largas en la historia de los países. Resentimientos que todavía hoy salen a flote entre ingleses y franceses, tienen su origen en dicha conflagración.

Aparentemente, estos años manifiestan la consolidación de ambas coronas: la de los Plantagement en Inglaterra (con buena dosis de sangre capeta) y la de los Valois en Francia. Carlos el hermoso está agonizante. Es cuestión de días para que su muerte ocurra. Roberto de Artois, en los hechos el administrador del reino, mueve todas sus bazas para conseguir que la regencia caiga sobre el hijo de su protector Carlos, el cual murió otrora unos años. Carlos muere sin dejar descendencia masculina. Su tercera esposa está embarazada. Habrá que esperar, para tener un nuevo rey si el niño nace varón. Si, por el contrario, es una mujer, se aplicará la ley Sálica y se buscará un nuevo rey según el grado de cercanía de consanguineidad.

Mientras Carlos agoniza y tose sangre en su lecho, Roberto enlaza todos los cabos posibles, para asegurar que quede en la regencia su primo Felipe de Valois. De ser así, él podrá seguir mandando en el país más poderoso de Europa Occidental.

La historia, a lo largo del libro, se construye en una suerte de paralelismo entre el destino del rey de Francia, y el destino del rey de Inglaterra. Al nuevo rey de francés se le llama “el rey encontrado”. No era un rey de sangre, sino el candidato más fuerte por la cercanía familiar. Las mujeres quedan descalificadas por el criterio de la Ley Sálica.

Bajo ese mismo criterio, Eduardo III de Inglaterra no tiene por qué reclamar su derecho al trono, aunque su madre sea hija de Felipe el Hermoso. Como sea, enviará a Orleton con los pares franceses a reclamar su derecho al reino. Todos se sorprenden ante la insolencia de tal canónigo, enviado por el designio de un puberto real. En el debate de los nobles gálicos, su reclamación tendrá de momento un carácter meramente testimonial. Con el paso de los años, cobrará importancia.

¿Qué ocurre mientras tanto? En nuevo rey Felipe goza de una popularidad inicial completamente peñanietista: es alto, apuesto, tiene el porte de un verdadero rey y se luce en las justas y las competencias caballerescas. Todas las mujeres francesas sueñan con el nuevo rey; el rey encontrado. Roberto de Artois aprendió bien de su suegro, Carlos de Valois. Ahora es él quien en realidad manda en toda la campiña francesa. Aprovechará la oportunidad para reclamar de nueva cuenta el Artois. Ahora recurrirá a lo inverosímil: sabiendo, de buena fuente, que unos documentos que le otorgaban el derecho al condado fueron quemados por Mahaut, se propondrá falsificarlos.

Viene la ceremonia de vasallaje. Eduardo III no está muy dispuesto: un hijo de rey no debe arrodillarse ante un hijo de un noble. Los negociadores de ambas partes llegan a un formulismo adecuado. Y en plena ceremonia, Roberto de Artois vuelve a reclamar su condado, afirmando que presentará pruebas. Dimes y diretes se cruzan entre Roberto y su tía. La suerte está echada.

¿Qué ha pasado en Inglaterra? Tras tres años de regencia de Mortimer, éste se ha vuelto igual de tirano que los Le Despenser. Tiene dominada a la reina madre. Controla el país con mano de hierro. Poco a poco, destierra o ejecuta a sus opositores, incluido el Conde de Kent, tío de Eduardo III. Una nueva conspiración libertaria se gesta, ahora con el rey Eduardo a la cabeza. Está por cumplir la mayoría de edad, y no puede permitirse que Mortimer sea el verdadero dominador del reino. Un estilo de gobierno muy parecido al de Felipe el Hermoso se va gestando en la mente del nuevo rey.

El complot se pone en marcha: es atrapado Mortimer, desarmados sus secuaces, y condenado a muerte. Paradójicamente, es puesto prisionero en el mismo castillo del cual escapó, cuando conjuró contra el rey padre del actual.

El proceso del Artois está en marcha. La idea de las falsificaciones no se muestra del todo conveniente. Beatriz de HIrson, en tono vengativo por el trato que recientemente le profesa la dama Mahaut, conspira junto con Roberto. Es una doble espía. Ella cree que dominará al gigante, pero ella termina dominada por la pasión y la virilidad del aspirante a Conde.

Regresan los torneos de caballería. Un espectáculo para el pueblo, pródigo en gastos y en riesgos. No se habían realizado desde la época en que Felipe el hermoso los prohibió. Numerosos muertos y heridos en un afán competitivo, no en una guerra verdadera. En medio de uno de esos torneos, el rey Felipe le pide a Roberto que retire su demanda sobre el Artois, dado que la perderá. Los árbitros del juicio están convencidos de la falsificación de documentos. Roberto se niega. El rey Felipe le advierte que será condenado. Roberto huye. Es declarado proscrito.

Llegamos a la parte fundamental. Roberto, vagando de región en región, es, poco menos de un criminal de altos vuelos. Un perfecto apestado de la sociedad. Tuvo tiempo de cambiar sus propiedades y bienes por letras de cambio, que cobra poco a poco en cada lugar en el que recae, gracias a los banqueros italianos. La última obra buena de Tolomei hacia el gigante con aroma de jabalí.

En medio de esa odisea, Roberto se entrevista con el antiguo Conde de Flandes. Éste se queja de la situación de sus paisanos bajo el yugo francés. Dicha situación mejoraría, si obedecieran al rey de Inglaterra, pues de allí viene la lana que ellos convierten en telas. – Ese problema tiene solución – comentar Roberto. – Solo basta convencer al joven Eduardo de que él es el verdadero aspirante al trono de Francia.

La maquinación está en marcha. Roberto huye a Inglaterra. Es un huésped de honor, en la corte de Eduardo III. Poco a poco, irá sembrando en los presentes la idea de que el trono les ha sido usurpado por un advenedizo. Él construyó el trono de Felipe VI; ahora se encargará de destruirlo. En los capítulos finales, observamos los primeros incidentes de la guerra más prolongada de la historia: la guerra de los 100 años.

Roberto muere, encabezando un embate de tropas inglesas en el norte de Francia. Nunca verá de regreso su condado. El motivo real de la guerra se ha fulminado. Pero nadie lo sabe, o a nadie le interesa. Todos están envueltos en esa vorágine de confusión por la sangre, el honor, las tradiciones y, por supuesto, la ambición.