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lunes, 27 de mayo de 2013

ENTRE LAS PATAS DE LOS CABALLOS. Literatura Cristera.

Suena un tanto presuntuoso - aventurado incluso- nombrar "Literatura Cristera" a un conjunto de escritos que se han producido de manera asincrónica y por motivaciones diferentes. Quizás corresponde a un deseo personal. Hablamos de una etapa de la historia de México que literalmente se "enterró" en los anales de la historia oficial del país. Por otro lado, hablar con los discriminados de dichas acciones ocultistas, es entablar diálogo con quienes pregonan el punto opuesto: la gran epopeya, los soldados de Dios, la lucha de los mártires. Maniqueísmo puro de ambas partes.
 
No está, dentro de mis intenciones, pretender convencerlos de quién tenía razón en esa guerra. Creo que basta y sobra con Jean Meyer para eso. Y, en pocas palabras, el único investigador/escritor de renombre y capacidad, que ha dedicado su tiempo y trabajo a esta etapa de la historia, es el citado francés. No se entiende Jean Meyer sin la Cristiada, y la Guerra Cristera sería ininteligible sin Jean. El problema es que no ha sido digerida. Hacen falta manos diestras que exploten, con su literatura, ese período de la historia de México. Han escrito mucho más de los cuatro años de Maximiliano y Carlota. ¿No vale la pena hablar de un conflicto que causó, bajita la mano, al menos sesenta mil muertos por cada año de conflicto?
 
ENTRE LAS PATAS DE LOS CABALLOS,  es, hasta donde su servidor sabe, la única novela que habla de la guerra cristera. Los escritos de Jean Meyer son interesantísimos, pero no son novelas. Son ensayos fruto de su investigación. Como sea, vale la pena leer el par de ladrillos que constituyen su aporte al redescubrimiento de esta parte de la historia. Recientemente, otros autores regionales y locales, han procurado descubrir al mundo la vida de personajes representativos. Desgraciadamente, han elaborado folletos, incluso libros, de un talante demasiado académico, cuando no de su extremo opuesto. La presentación de dichos libros raya en lo artesanal, y tenemos como consecuencia subgénero que prácticamente muere incluso antes de nacer.
 
Pero vayamos al tema. Luis Rivero del Val es un militante católico, miembro de la ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mexicana). Es activo militante de su organización, líder scout, y participará en las etapas finales del conflicto como soldado cristero, en los parajes cercanos al volcán de Colima. Allí, en las fronteras entre Jalisco y Colima, será herido de gravedad un par de veces, y conocerá en carne propia los avatares del ejército libertador, con su final decepción a raíz de los acuerdos de 1929, entre la jerarquía católica y el gobierno de Portes Gil.
 
Lo más interesante del libro, es que constituye una suerte de autobiografía. Está escrito a manera de diario, y es obvio resaltar que es el punto de vista de alguien que está en contra de las disposiciones del gobierno. Y, particularmente, de la Ley Calles.
 
La historia de México, en lo tocante al conflicto Iglesia-Estado, puede resumirse de la siguiente manera: en la época colonial, los miembros de la Iglesia eran connotados burócratas de la corona española. Hubo momentos en que el arzobispo de México hacía las veces de virrey, mientras al virrey depuesto se le hacía juicio de residencia. La corona española descansó muchas de sus obligaciones civiles, en manos de los obispos y las congregaciones religiosas.
 
Las ideas principales de la Revolución Francesa, traen la semilla del Estado Laico y la libertad de pensamiento y religión. Esas ideas tardarán en permear en la mentalidad del mexicano del siglo XIX. Viene la guerra de Reforma, y todas las medidas tomadas por Juárez y Lerdo. La Iglesia ya no se mete con el estado. El secularismo se impone.
 
Ahora, después de la Revolución Mexicana, lo que se propone el gobierno es precisamente METERSE CON LA IGLESIA. La ley Calles pretende que el gobierno supervise a la iglesia, por no decir que la controle. El gobierno quiere impedir la residencia a sacerdotes extranjeros, pretende controlar el número de sacerdotes por estado, supervisar a los candidatos y también el impedimento de cualquier manifestación religiosa. Ni cruces, ni hábitos, ni persignarse en público.  La Iglesia en condiciones como las que se encuentra en China o Vietnam, por decirlo de manera simple.
 
La Iglesia declara que no puede seguir impartiendo sus actividades de culto en esas condiciones, y suspende sus actividades en los templos. Allí es donde entran los católicos de a pie, para oponerse al gobierno por la vía pacífica o por la vía armada. Y viene la guerra cristera en su primera etapa.
 
A esa primera etapa, se refiere Luis Rivero del Val en su novela. Cuenta las aventuras de un jovencito de 16 años, miembro activo de la ACJM, que participa en boicots económicos, actividades de insurgencia, provisión de cristeros y espionaje. Cuando su vida peligra, si permanece en la ciudad de México, se refugia en las serranías de Colima y Jalisco....ahora como cristero.
 
Aunque la novela es un tanto apologista sobre los cristeros, resulta interesante leer su perspectiva. Tiene un gran valor hemerográfico, pues cita de manera literal numerosas notas de los periódicos de la época, tales como el Excélsior y el Universal Gráfico.
 
Con el paso de las hojas, el escrito se convierte en una novela de aventuras, en combinación con un ensayo descriptivo del conflicto. A quien le interesa saber más sobre el conflicto, le va a interesar la novela. Si eres un tanto escéptico respecto de la religión, no es el libro para ti.
 
El final de la novela no coincide con la verdad, puesto que Luis Rivero del Val recibe su salvoconducto al terminar la guerra. Se gradúa como Ingeniero Civil y participará en la construcción del México moderno como uno de los mejores constructores de la mitad del siglo XX. En la novela, el protagonista es ejecutado, con dos compañeros, a traición...días después de que se habían firmado los "acuerdos".
 
Es un buen libro, disfrutable. Pero en ocasiones cansa un poco por sus continuas notas y agregados relacionados con las adendas de periódicos, comunicados militares, documentos pontificios y piezas de oratorias. Con todo y eso, lo recomiendo, salvedad de lo que expresé líneas arriba.
 
Y hago votos para que, muchos escritores, se aventuren a tomar como pretexto el acontecimiento cristero, a fin de que enriquezca la literatura alusiva. Hasta ahora, tenemos a un titán, a un testigo real y algunos microhistoriadores. El "14", no le pide nada al Tigre de Santa Julia. Si vida bien merece una novela.