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martes, 10 de mayo de 2016

PORFIRIO DÍAZ, SU VIDA Y SU TIEMPO. Más que una reivindicación, una investigación.


Yo no sé si Porfirio Díaz sea uno de los personajes más polémicos de la historia de nuestro país. De lo que sí estoy seguro, es de que es el personaje de nuestra historia patria que ha logrado sobrevolar todos los círculos que Dante nos relata en su Divina Comedia. De lo más alto de las esferas celestiales, al séptimo círculo del infierno. Así lo hemos catalogado, en base a la ideología política del partido en turno.

Carlos Tello sabía que dedicarse a escribir sobre Don Porfirio – nótese que hasta le digo “Don”- era lo más parecido a reptar sobre un campo minado. En cualquier momento una bomba puede explotarte no solo entre las manos, sino en ese tortuoso sendero por donde se decidió reptar, a fin de lograr  atravesar el terreno.

La investigación histórica en México es un terreno oscuro, maloliente, escabroso. Los mexicanos necesitamos buenos y malos para sobrevivir. La construcción ideológica subyacente siempre se ha compuesto de conquistadores y conquistados. Nuestras pastorelas nunca omiten a los ángeles y a los diablos. Y si en la historia de nuestra nación, alguien logra hechos atribuibles como heroicos, debe de ser porque el maligno enemigo, el masiosare, impedía con sus plantas la erección de nuestros respetables derechos. Faltaba más.

De esta manera, la mayor parte del último siglo ha sido para considerar oficialmente a Porfirio Días, como uno de los “cocos” oficiales del país. Si bien hay intentos reivindicadores los últimos lustros, corremos el riesgo de no hacer las sumas y rectas exactas y terminar por reivindicar sin condiciones a un personaje que merece mejores análisis.

Sin embargo, creo que el intento de Carlos Tello Díaz, en el primer tomo de su trilogía sobre Porfirio, cumple como intento equilibrado de poner orden en nuestra casa común (la historia nacional). Ignoro si él tiene una suerte de parentesco por descendencia con el Prócer de la nación. Su apellido materno aparece maquiavélicamente sugerente, en la portada de los libros. Una vez que leemos sus reflexiones al respecto, creo que aparece la tranquilidad respecto de la fidelidad del autor a la historia. No a las ideologías: a la historia en sí.

Cuando comencé a leer este primer libro de Carlos Tello, inmediatamente me remití a mis años mozos, cuando era asiduo lector de muchas producciones del Colegio de México. El estilo es muy académico, aunque trata de atosigar lo menos posible con citas literales o al pie da la página. No por ello el autor dejó de ser exhaustivo: de 550 páginas que componen el libro, más de 100 son puras referencias. Agradezco que las incluya en el final, como un texto completamente separable.

En resumidas cuentas, el autor no realiza necesariamente una biografía, o siquiera una biografía novelada. Resuelve sus propios conflictos internos realizando un ensayo histórico, en el que el contexto es tan importante como el personaje.

En este primer tomo, resume los primeros 37 años de su vida. Y no es poco actuar. Escudriña suficiente en el pasado de su padre y madre, en la excesiva religiosidad de la época, en la estabilidad provinciana de las ciudades medias de la época -Oaxaca incluido- y en el devenir ideológico que se generó con la proclamación de la Independencia de México.

Toca los temas que, obviamente, la mayoría de historiadores tratan en referencia al Porfirio de infancia y juventud: Su infancia en el mesón de la soledad, sus estudios en el seminario, sus inicios como soldado en la guardia civil de Oaxaca, durante la guerra contra Estados Unidos. Y lo más importante: la forja de la leyenda, en su lucha contra los conservadores y también contra los franceses.

Eso no es nada nuevo. Recuerdo haber leído una biografía de Porfirio Díaz, obra de Nemesio García Naranjo. Un libro sumamente entretenido, dada la sencillez de su estilo. Sin embargo, más que una biografía, era una apología del personaje. Claro que agradezco la oportunidad de esa lectura, cuando todavía el Nacionalismo Revolucionario (PRI) era omnipotente en el país. De cualquier manera, agradezco el clima actual de incertidumbre ideológica, que permite que florezcan trabajos como los de Carlos Tello.

Personalmente, me encantaron las relatorías que elabora sobre la vida ordinaria en Oaxaca, basándose en los escritos de turistas extranjeros y habitantes locales de la época. Eso de levantarse a las 4:30 horas, rezar el Rosario, acudir a misa de 5:00, y salpicar el día con montones de oraciones y otro rosario por las noches, no lo hacen ni los talibanes en la actualidad. Y yo que creía (lo digo con cariño) que mi padre, de raíces alteñas, era un poco exagerado al respecto.

Igual de interesantes resultan las narraciones de las fiestas populares, las ferias del pueblo. Las especificaciones sobre el rancho de los soldados y la forma de transitar por los caminos de herradura. Si alguna persona es nueva en eso de leer a Porfirio, también le resultará interesante la descripción sobre la estrategia militar que empleó en cada una de sus batallas. El autor abarca todo el contexto posible, para ponderar mejor al personaje de marras. Los apodos locales de conservadores y liberales, constituyen la cereza del pastel.

Si bien hablamos de la parte más “positiva” de su biografía, hay que reconocer que el autor también explica con solvencia una parte oscura de la vida militar del Sr. Díaz. Previo a la ocupación francesa del sur mexicano, Porfirio fue jefe político de toda la zona. Sin recursos, sin presupuesto, con un país atorado económicamente, sus soldados fueron más bien una especie de chusma que cometía numerosas atrocidades en Oaxaca, lo cual provocó que los oaxaqueños imploraran la llegada de los franceses. Nadie es completamente blanco o negro.

¿Recomiendo la lectura del libro? Sinceramente. Pero tengo que aclarar que no es una novela, y que no pretende entretener. Realmente pretende exponer más luces sobre un personaje aparentemente muy “visto”, pero del que realmente faltan detalles por aclarar. Y el subgénero de ensayo histórico puede que no sea digerible para cualquiera.  Hay que leerlo sin deseo de terminarlo, de a poco. Y corroborar el documento con el monumento, como diría mi maestro de historia.