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lunes, 24 de junio de 2013

CRONICA DE ETERNIDAD. Escritores fantasmas.


Hay temas de nuestra sociedad que se antojan un tanto difíciles de polemizar, en función del interés que despiertan en el común de los mexicanos. Si la mayoría de los mexicanos tienen una cultura que raya en lo miserable, no tenemos material ni acerbo suficiente para establecer una dialéctica que se pueda sustentar de manera interesante y placentera.

A nivel del conocimiento histórico de México, parece que heredamos el antiguo combate entre conservadores y literales. Ambas interpretaciones del país sobreviven en buena parte de los autores actuales. Afortunadamente, hay un grupo de escritores y divulgadores de la historia que tratan, en estos años, de agregar objetividad a sus escritos, anteponiendo la el conocimiento y al comprensión al juicio. Alejandro Rosas, por ejemplo. Otros, como Francisco Martín Moreno, anteponen su fe ideológica para leer con esa especie de filtro todo lo que escriben, incluso el resultado de sus investigaciones. Sus escritos se convierten en apologías, en confesiones de fe.

A mi juicio, Christian Duverger pertenece al segundo grupo. Credenciales académicas no le faltan: Doctor por la Sorbona, es un sobrado historiador y antropólogo. Estudioso sobre el México más antiguo (el origen del México actual está en la mixtura provocada por la Nueva España, no en los señoríos indígenas previos), indaga tanto en los tiempos prehispánicos y su antropología, como en la ruda historia de la conquista y establecimiento occidental. Estudioso de Hernán Cortés, se ha convertido en un cortesiofílico.

Es simplemente una conclusión personal, a raíz de haber leído su último libro: CRÓNICA DE ETERNIDAD. ¿Quién escribió la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España? Ahora no hablaremos de una novela, sino de una tesis comercializada… ¿o un ensayo? Vayamos por partes.

Desde que tengo memoria y la historia me ha apasionado, recuerdo como referentes a esa etapa de la historia de México a un puñado de escritores: Bernardino de Sahagún, Carlos de Sigüenza, Francisco Javier Clavijero y Bernal Díaz del Castillo. Al ser tan pocas, parecen incuestionables. Parece una labor titánica lograr la impresión de un libro en épocas del nihil obstat y abundante analfabetismo. En ese entorno, ¿había espacio para suscitar una polémica?

Para Cristian Duverger, la hubo. Después de presentar su biografía sobre Cortés, el francés profundiza en su admiración sobre el conquistador y llega a la conclusión de que el libro “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España” no fue escrito por Bernal Díaz, sino por el propio Cortés. Órale. Y dicha hipótesis es un auténtico palo al avispero en ese raquítico panal constituido por todos los historiadores mexicanos avezados en el tema. Total, en las escuelas nos enseñaron a odiar a Cortés, el mataindios…el conquistador de México.

El problema de juzgar este libro, es que estamos situados justo en medio de un terreno de tiros. El maniqueísmo mexicano nos hace ver a Hernán Cortés como un malévolo, perverso y sifilítico sujeto, al ejemplo de los murales de Diego Rivera. O bien, si eres de la minoría, lo consideras el fundador del mestizaje mexicano y el gran estratega que quiso construir algo diferente sobre estos terrenos, pero siempre de la mano de aliados indígenas. En ese bando, considero a Vasconcelos, y ahora a Duverger.

¿Cómo desarrolla el autor su estudio? Primero, analiza al personaje de Bernal Díaz del Castillo. Las referencias directas sobre su persona son escasas, y todas posteriores a 1560, cuando lo suponemos miembro de la audiencia de Guatemala. El autor suena más o menos convincente cuando nos quiere demostrar que el tal Bernal cambia contantemente su firma, como señal de iletralidad. También es persuasivo al indicar que nadie menciona a Bernal en todos los documentos que hablan de los personajes que consumaron la conquista de México. Por todos lados brotan Pedro de Alvarado, Cristobal de Olid, Bartolomé Olmedo y tantos más.

El nivel de descripción de la Historia verdadera, implica que el narrador fuera una persona cercana al círculo de Cortés, pues relata fielmente conversaciones entre notables, consejos de guerra, visitas privadas  Moctezuma y otros detalles que no fueron de divulgación para un soldado raso.

La cultura promedio de la época, a juicio de Duverger, era escasa; imposible de poseer para el soldado raso que suponemos en Bernal Díaz. Cortés, por otro lado, era Bachiller en Derecho, y había sido gobernador de Santiago, la segunda Ciudad de Cuba. Además, la esposa de Bernal es una completa analfabeta, por lo que resulta imposible de creer que el gran autor de un libro tan complejo y a la vez maravillosamente narrativo no leyera.

Momento. Duverger acaba de tirar un obús hacia Cervantes. Un soldado, miembro de los tercios españoles y  autor de la Novela Iberoamericana más importante de la historia. Si su premisa es cierta y la podemos generalizar, ¿dónde queda Cervantes? ¿Otro autor fatuo? ¿Shakespeare tiene compañía en la vitrina de los conspiradores literarios?

Hasta allí, Christian Duverger incomoda al lector, y puede hacer dudar, pues cita cartas y su análisis parecía solvente, hasta que llegamos a lo dicho el párrafo anterior. Cortés, antes que soldado, fue también político, y de los de renacimiento. O sea, un sujeto todo-terreno que puede citar los clásicos y los medievales.

En un segundo acto, Duverger nos habla del historiador oficial de Cortés. Gómara se encargó de redactar una biografía de Cortés, mientras el conquistador buscaba rehacer su nombre en España, a raíz de ciertas acusaciones en su contra. Tan “subido” de tono andaba el tal Hernán, que el mismo Emperador ordenó que ya no se reimprimiera esa biografía. Incluso impidió la divulgación de las “Cartas de relación”. Estas cartas eran pequeños folletos que el mismo Cortés escribió, en tiempo real, sobre la conquista. Dichos folletos llegaran a España tan solo semanas después de lo acontecido, y tuvieron un éxito razonable.

¿Qué necesidad tenía Cortés de redactar otra versión histórica de los hechos, con un enfoque diferente de sus propias cartas de relación y de su biografía autorizada? Duverger hace fuerza un poco con su teoría, al afirmar que las conspiraciones anticortesianas entre los allegados al reino hicieron pensar a cortes sobre su legado. Al ver la inminencia de las prohibiciones a la divulgación de sus logros. Hay que soltar una tercera vía, no necesariamente anónima.

El resto del libro, es una narración/comprobación de cómo Cortés escribió la Historia Verdadera. Aquí, ya tenemos deducciones donde deberíamos de tener pruebas. Y la parte más vaga, es la demostración de la llegada del manuscrito, desde Valladolid, hasta Guatemala.

El libro termina con un epílogo, con una escena ficticia donde Cortés, cual querubín acomodado en su nube, contempla los premios que otros reciben producto del libro que en realidad él escribió. La tesis se convierte en novela.  Una mezcla un poco extraña, pero que al final de cuentas resultó atractiva, sea para apoyar o para oponerse.

A quien no le interesa la historia de forma intensa, no le recomiendo el libro. Su estilo narrativo resulta interesante el principio, pero luego se refugia en las típicas referencias y citas que hacen a cualquier escrito académico en indigerible. Es un libro que se tiene que leer con espíritu de búsqueda. Tuve que pausar varias veces la lectura para contrastar con otros libros o revistas de historia que tratan sobre lo que estoy interpretando de las lecturas. La cuarta parte del libro son referencias, notas e iconografía. Tuve que releer el ejemplar de la revista Nexos, dedicada precisamente al tema. Y en esa revista, de diez articulistas, ocho están en contra de Duverger.

Si, por otro lado, eres un aficionado a la historia, te recomiendo que lo compres y lo leas, pero poco a poco. Estés o no a favor de la tesis de Duverger, el libro puede ser el envión que necesitabas para adentrarte en esa parte de nuestra historia nacional. Yo, por mi parte y desde mi ignorancia, me declaro más bien en contra que a favor de la tesis de Duverger. Espero que por estas líneas no me declare al autor como un perfecto analfabeto.