
Esa frase, sintetiza la
travesía de Lisbeth Salander por este mundo. Y ni imaginarme que fuera
atribuida a Nietzche. Gran paradoja: a él, lo que no lo mataba, lo incapacitaba
o lo dejaba débil. Pero su decadencia física se compensó con una fortaleza
mental que lo hacía considerarse muy por encima de otros grandes filósofos, con
argumentos a la mano.
No, no voy a hablar de
filosofía. Voy a hablar de la cuarta entrega de la serie Millennium. Una serie
tan adictiva como bien estructurada en sus partes. Por lo menos, hablo de los
libros originales de Stieg Larsson. ¿Qué nos ofrece esta cuarta entrega? ¿Valía
la pena resucitar a los personajes, obtener jugosas ganancias, y arriesgarse a
desvirtuar lo que parece una de las series más influyentes de la literatura
policiaca moderna, mezcla de novela negra?
Hablemos del autor. David
Lagercranz es un escritor que tiene una línea bien definida (y diferente)
respecto de Stieg Larson. Su libro más vendido, al parecer, es la biografía de
Slatan Ibrahimovich. Y su estilo de escritura es un tanto más de
entretenimiento, más Disney. Por aquello de los finales felices. Lo digo una
vez que terminé de leer el libro, hace apenas un par de horas.
Entonces, ¿dejamos la
revista PROCESO en manos de los reporteros de TVNOTAS? Creo que no fue así.
David tenía que respetar su estilo, en líneas generales, al mismo tiempo que
respetaba, en su tremenda complejidad, a Michael, Lisbeth, y todos los
personajes.
David enfrentó el reto de
hacer un debido homenaje a la serie más leída de la literatura sueca de la
actualidad, sin descomponer los personajes ni echar a pique la travesía
literaria que intentan los descendientes de Larson. En ese sentido, creo que
cumple el cometido. Pero en algunas partes del libro, a medida que
profundicemos en la lectura, echaremos de menos el estilo más oscuro y de
suspense que sabía imprimirle el original.
Debo de reconocer que, en
términos de entretenimiento, el libro me tuvo atado a la silla una buena parte
de estos días. Sobre todo, a partir del segundo tercio. Son muy claras las
construcciones internas que nos demuestran el planteamiento, el nudo y su
debido desenlace. Y esto no me pasó prácticamente con ninguno de los libros que
leí el pasado 2015, salvo en breves momentos. Empiezo bien el 2016.
Pero veamos la historia.
Lisbeth y Mikael han seguido caminos separados. Ella, disfrutando a sorbos de
su pequeña fortuna en Gibraltar, obsesionada con misiones personales basadas en
su habilidad hacker. El, languideciendo como escritor y periodista. Millenium
tuvo que asociarse a un conglomerado sueco de medios para poder sobrevivir. Mikael
ya es catalogado como el Julio Scherer sueco, pero atractivo como galán otoñal.
Intachable en su trayectoria, pero pasado de moda. Hace falta un reportaje
bomba que levante las ventas, atraiga a los patrocinadores, y le devuelva a la
revista el prestigio que le merece. Michael está en el limbo inspiracional.
Sin embargo, el libro no
empieza ni con Lisbeth ni con Mikael. Empieza con Frans Balder. Una eminencia
de la neurología y la matemática sueca, que logró avanzar como nadie en lo que
es la Inteligencia Artificial. Como la felicidad en la vida no se da completa,
resulta que el hijo de Frans es un perfecto autista.
Allí comenzamos a
desenredar la madeja. Frans fue víctima de hackeo, y para descubrir a los
ladrones y los autores de su espionaje industrial, contrató a Lisbeth. También
trabajó en la empresa donde él consideró se incubó el robo. La Inteligencia
Artificial es un material tan delicado, que podría causar tanto un gran bien
como terribles males a la humanidad.
Como uno de los
rompecabezas que August, el hijo de Frans, arma como pasatiempo, los personajes
se acomodan con una gran solvencia de parte del autor. Mikael será el reportero
elegido por Franz para soltar a la luz pública sus verdades. Franz está en la
mira de un grupo de espías industriales que venden sus robos al mejor postor:
la NSA o los servicios de inteligencia rusos, incluidos. Y el temible
Zalachenko no ha muerto. Ha dejado una herencia de crimen en la melliza de
Lisbeth. Camila no ha muerto, y ahora es la jefa de un poderoso grupo que
trafica ya no con personas, sino con información delicada.
Hay suficientes elementos
para que estemos entretenidos a lo largo de las 650 páginas. Mikael y su
inquebrantable deber con la verdad. Lisbeth y el enfrentamiento con su némesis:
Camila, la reencarnación de Zalachenko. Y otros personajes, de reparto, que
logran las condiciones para que el libro se resuelva de manera amena y
coherente, más o menos.
Hacia la mitad del libro,
ya intuyes que la clave de todo está en August. Un niño que no habla, pero que
resuelve complicadas ecuaciones y factorizaciones. Dibuja a la perfección
escenas de su vida, y en sus dibujos está la clave para resolver el asesinato
de su padre. En ese sentido, el libro se vuelve un poco predecible, pero no por
ello menos disfrutable.
Creo que el personaje de
Mikael está debidamente respetado, si lo comparamos con los de la trilogía
anterior. No notas la mano de David, si lo comparas con el de Stieg. En cambio,
con el de Lisbeth, sí existen algunos agregados que, desde mi muy particular
perspectiva, no tienen tanta lógica en relación a la Lisbeth anterior. Claro
que Lisbeth fue una niña maltratada que aprendió a defenderse con solvencia, de
eso a que sea la mujer maravilla, que puede con 4 matones al mismo tiempo, me
parece algo estilo Nico o Rambo. Pero dejémoslo como una pequeña licencia que
se toma el autor.
Sí es un libro que
recomendaría, y definitivamente creo que no se cae a pique la serie. Pero queda
un poquito a deber, en algunas partes. Cosa curiosa: en los demás libros de la
serie, siempre en el final Mikael y Lisbeth se separan. En esta cuarta parte,
ocurre exactamente lo contrario. Y queda un cabo suelto, lo necesario para un
quinto libro. No digo más. Dejo que lo lean.