Me declaro un fiel
admirador de la Civilización Romana. El grado de complejidad que alcanzaron las
instituciones políticas y sociales de su época, solamente pudo ser equiparado
hasta hace unos pocos siglos. Hablamos de un imperio con más de 50 millones de
habitantes, en la época en que Constantino logra adueñarse de la parte
occidental.
Sin embargo, hay detalles
de sus usos y costumbres que me parecen desconcertantes. Obviamente me declaro
incapaz de juzgarlos, pues sería injusto emitir juicios sobre hechos del pasado
con los criterios que como sociedad hemos consensuado en el presente. Y en una
sociedad veintiunonómica en la que un animal tiene casi tantos derechos como un
humano, muchos se escandalizan al ver que en el imperio romano un esclavo o un
gladiador eran lo mismo o menos que animales; prácticamente objetos, capital
fijo o variable. Su buen o mal trato era por cuestiones de valor mercantil, no
de dignidad.
Y no se diga de las
intrigas políticas. Parece que los romanos le daban la vuelta a todos los
grillos mexicanos, con amplia ventaja. Eso de los conflictos de interés, las
mordidas, los contratos arreglados, extorsiones y escándalos por el aumento de
la criminalidad, eran cosa de todos los días.
En ese entorno, Paul
Doherthy escribe “La canción del Gladiador”. Título no del todo afortunado, a
mi parecer. Puede que tengamos una opinión errónea sobre la línea argumental
del libro, si nos basamos en esas palabras. Y los gladiadores son una segunda
historia, supeditada a una línea principal: asesinatos palaciegos de
cristianos, justo cuando las facciones de éstos están dispuestos a darse hasta
con la cubeta, con la venia del Emperador.
Paul Doherty es
historiador. Nos presenta una visión de ciertos personajes históricos que nos
puede resultar chocante, o por lo menos inusual. Un emperador Constantino (San
Constantino, para la Iglesia Ortodoxa) un tano venal, inconstante, frívolo,
aficionado a las apuestas, al juego y a divertirse con escándalos ajenos. Una
regente imperial Elena (Santa Elena para católicos y ortodoxos) a la que
Catalina de Rusia se le queda corta: astuta, política consumada, maquiavélica,
futura cristiana por conveniencia.
Eso no es todo, los
cristianos se están poniendo de moda; ya surgieron desavenencias teológicas
entre ellos. Y no están cerradas las heridas provocadas por las traiciones de
varios de ellos hacia los que permanecieron fieles. Nos referimos a los tiempos
de la última persecución. Y los “agentes in revus” eran esa especie de
funcionarios locales del imperio romano que resuelven las cosas, aunque no se
queden con el mérito nominal. Espías, gestores, investigadores, paramilitares.
En suma, eran los “coyotes” del imperio. Famosos por su eficacia.
Vayamos a la historia,
Claudia es una mujer joven. Su tío Polibio maneja una taberna. Parece ser la
amante de Murano, un liberto que es uno de los mejores gladiadores de la
época. Sin embargo, su labor fundamental
consiste en ser la espía o “agente” más avispada de Elena, Emperatriz y Augusta.
En la historia se nos ha
contado que Constantino se ofreció a mediar entre los cristianos, para
facilitar la paz en su imperio. En el libro se nos presenta a un Constantino,
ebrio consetudinario, que se divierte con las disputas entre ortodoxos y
arrianos. Y que la emperatriz Elena se afana por obtener objetos sagrados como
si fuera una especie de fijación insana (la espada con que mataron a Pablo, la
Cruz de Cristo) que le reporta satisfacción y control de las situaciones.
Como había comentado, hay
un par de historias que tienen el común denominador de Claudia. En la primera,
será la encargada de establecer un CSI romano para descubrir al o a los
perpetradores de algunos crímenes non sanctos: el robo de la espada paulista, y
los asesinatos cuyas víctimas son cristianos herejes. Todo ocurre en la villa
imperial, para vergüenza de las autoridades.
Y la segunda historia
consiste en la venganza que siempre ha deseado Claudia respecto de aquel que en
el pasado mató a su hermano y la violó a ella. Solo tiene el recuerdo de su
voz, su aroma nefasto, y un tatuaje debajo de la muñeca con emulaciones al
cáliz de Baco.
Poco a poco, las dos
historias se entretejen, para concluir casi de manera armoniosa en la
resolución de ambos casos. Y un tercer vector se deslinda cuando, en las
páginas iniciales, Murano combatiría a muerte con Espiterio; no lo hacen porque
el segundo acusa de envenenamiento. Nos sumergiremos en el mundo de las
apuestas y de los recursos ilícitos para obtener las ansiadas victorias en la
arena.
La narrativa de los
acontecimientos esa muy buena, aunque en ocasiones choca la imagen que Paul
propone de los personajes, con la que la historia generalizada difunde.
Pareciera que arma un tablero de situaciones que deben de llevarnos a las
conclusiones lógicas y deductivas con las cuales Claudia encuentra a los
autores de todos los crímenes. Sin embargo, al toparnos en el libro con dichas
situaciones, parecen un tanto salidas de la manga.
En síntesis: una buena
descripción de lugares, una sobria descripción psicológica, falta algo más de
profundidad en el desarrollo de las investigaciones (parte fundamental de la
historia) y un cierre que parece un tanto atropellado en elementos y tiempos,
comparado con el planteamiento.
Paul Doherty tiene mucho
que ofrecer, y no dudo que existen lectores que gusten de su estilo. Peor no
creo que muchos. Compré su libro en una oferta, y veo que la traducción al
español tiene una sola edición. Asuntos aparte, me hizo “ruido” el leer frases
como “se comió una mazorca de maíz”, o “anda borracho como una cuba”. Anacronismos
evidentes en el Imperio Romano. ¿Error del traductor?
Y no encuentro
justificación para que se llame “La Canción del Gladiador”. No encuentro una
frace que sirva de enlace o la cita en sí. Ninguna de las situaciones que se
presentan hacen racional la elección de las primeras palabras. Hay gladiadores,
hay corrupción, amaños de apuestas, asesinatos. El título evoca algo más
particular, intimista incluso.
Disfruté en parte la
lectura del libro. Creo que no leería otra obra de este autor. Ahora que, con
las excavaciones del metro de Londres en los últimos años, salen a la luz vestigios
de aquellas épocas, es deseable que algún autor una documentos con monumentos,
y nos regale una buena historia de aquellos tiempos y lares.