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sábado, 26 de diciembre de 2015

VE Y PON UN CENTINELA. El ruiseñor no es como lo pintan.



¿De dónde viene la frase que tiene que representar toda la complejidad de un libro? De la Biblia. En concreto, Isaías 21, 6. Así le dijo Dios a Isaías: "Ve, y pon un centinela que dé aviso de lo que observe."

¿De qué parte del libro obtenemos esa frase, como referencia obligada para el argumento de la novela? De los recuerdos de Jean Loise Finch. Scout, para quienes recuerden la Novela previa, escrita hace más de 50 años. Me refiero a "Matar un ruiseñor". Desgraciadamente, me parece que las diferencias entre ambas obras son muchas, a pesar de la columna vertebral de acontecimientos que está bien asentada, cual cable conductor de un fósil de dinosaurio.

Si la novela era el intento de demostrar que Harper Lee era algo más que una escritora monobíblica, parece que se quedó en el intento. Y los argumentos para respaldar una opinión de tales dimensiones, pueden basarse tanto en la calidad literaria del libro como en la construcción de los personajes.

Pero vayamos por partes. La polémica está suficientemente establecida en Estados Unidos. A estas alturas, Harper Lee ya vive en una residencia de ancianos, casi no ve, prácticamente está sorda y con vigilancia permanente. ¿Pudo ella, en esas condiciones, darle los últimos toques a un borrador que permaneció como diamante bruto durante 50 años? ¿Alguien quiere aprovecharse del Harper Lee, de su Pulitzer, de su entrañable narrativa y subirse a la ola del neo-revisionismo sobre los Derechos Civiles en USA? Se pone de moda en el cine, el arte, la literatura, esa nueva reivindicación sobre la igualdad, ese combate contra el dedo flamígero que sigue pendiente a la caza de cabezas coloridas, indicando sus debilidades, atribuibles por conclusión impecable a su naturaleza.

Leí el libro. Dejé de lado la conteroversia. Tampoco quedé satisfecho. Quería leer a Harper Lee, y me encontré algo parecido, pero identificable como diferente.

Sobre el estilo. La narrativa, las evocaciones, los diálogos cortos alternados con explicaciones sencillas sobre la visión de las cosas. Se parecen mucho a los de Matar a un Ruiseñor. Aunque son de repente demasiado rústicos. Como si quisieran demostrar, en su sencillez, que son efectivamente un borrador, un feble intento de lo que después será una obra maestra.

Recuerdo cuando leí "La verdad sobre el caso Harry Quebert", y después leí "Los últimos días de nuestros padres. Se reconoce en ambas obras al autor. El autor trasciende en su estilo, sus maneras, sus esquemas mentales. Vemos al Joel Dicker como escritor primerizo, y como novelista consumado. En el caso de "Ve y pon un centinela" y "Matar un ruiseñor", el reto era mayúsculo.

En todo caso, la novela de la que hablamos se trata de Jean Louise Finch, toda una profesionista con residencia en New York. Su amigo Hank, es ahora el abogado que sirve de mano derecha de su padre, en el despacho legal. Su nana, Calpurnia, está jubilada. Alejandra, la tía apretada que siempre le recriminaba sobre sus malas maneras y su falta de femineidad, es ahora quien lleva la casa. Jem, su hermano, murió hace algunos años.

Pero esperen, la novela trata más del pasado que sobre el presente. Si la novela tiene el marco de los años iniciales de la lucha por los Derechos Civiles en USA. Y es una época perfectamente explotable. Pero, desde mi percepción, me parece que solo el 40% de la novela es tiempo presente. El otro 60% son los recuerdos de Jean Louise durante su infancia. Pareciera que quisiera robarle al libro anterior, para rescatar y volver más interesante el segundo. En esa perspectiva, me defraudó un poco.

El libro transcurre entre el pasmo y la indignación de Jean Louise, al comprobar que Maycomb, Alabama, va para atrás, en vez de ir hacia adelante, en esa rueda de la historia. La gente sigue siendo chismosa, prejuiciosa, monolítica de ideas. Y en esa constatación se enmarcan los recuerdos, desarrollados de más, desde mi parecer, de la infancia de Scout y sus travesuras. Travesuras muy parecidas a las de su infancia, pero ahora con efectos completamente distintos.

Si de niña se arrojaba al río con todo y ropa, en compañía de Jem y Hank, simplemente se ganaba una reprimenda. Ahora, se arroja de noche al río con su amigo Henry, y alguna de las mujeres decentes del pueblo hace correr el rumor de que estaba nadando desnuda, en peligrosa actitud de lascivia, con ese pelafustán cuyos antecesores siempre fueron la escoria blanca del pueblo.

Precisamente de sus recuerdos de infancia se toma el título del libro. Jean Louise rememora cuando las tres iglesias cristianas del pueblo organizaban "misiones" durante una semana, e invitaban a predicadores de mayor talante. Uno de ellos, el señor Stone, utiliza la frase para el inicio de su predicación. Y la inocente Scout parece interpretar que ese "Ve y pon un centinela" significa estar pendiente de todas las amenazas que el mundo liberal y desarrollado les propone, en relación al estilo de vida tan ordenado y fijo de los habitantes de Maycomb. ¿O significa la imposición yanqui? ¿O el regreso a la ortodoxia que desearían las Iglesias de Inglaterra?

Tanto los recuerdos del pasado, como las breves vivencias del presente, son un adecuado vademécum sobre todos los prejuicios que tiene el sur profundo: prejuicios sobre los judíos, sobre los católicos, sobre los yanquis, sobre los negros, sobre el Gobierno Federal. Todo lo que amenace el estilo de vida de un redneck, es un enemigo a combatir.

La parte más triste de la novela, es que destruye a los personajes que nos causaban admiración en Matar a un ruiseñor. Atticus era un virtuoso kantiano. Ahora la novela lo presenta como un racista maquiavélicamente moderado. Calpurnia era una señora amorosa, la nana que se convirtió en la madre que nunca tuvo. Ahora es una vieja de ojos y de mente. Los negros eran medianamente felices con un estilo de vida en completa subordinación al hombre blanco. Ahora son unos insoportables porque quieren de tajo los derechos que les han dicho que tienen, aunque no se los merezcan.

Maycomb es una Bosnia en ciernes. Y Jean Louise no puede creer que su padre esté en el Consejo de Ciudadanos, el cual busca frenar los intentos del Gobierno Federal por la igualdad de Derechos. Tampoco puede creer que su padre y Henry acepten el caso de un negro que comete homicidio culposo contra un indigente blanco, con el fin de que se declare culpable por voluntad propia. No vaya a ser que lleguen esos abogados yanquis de la NAACP y armen un desbarajuste. No se metan con nuestros negros.

Prefiero quedarme con el Atticus del pasado. También me decanto por la Calpurnia de la primera novela, que se encarga en su tiempo libre de Jem y Scout, y los lleva al servicio religioso negro, donde hay mejor ambiente y una fraternidad envidiable. Y prefiero quedarme con la primera novela de Harper Lee. En esta segunda, algunos de los personajes simplemente no encajan. O quizás sea mi rechazo parcial a la obra, dado que destruye a algunos de mis ídolos literarios. El mundo necesita más honorables por convicción, y menos hipócritas por conveniencia.