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martes, 3 de julio de 2018

EL CUERPO ELÉCTRICO. Maestro de la narrativa.


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Debo reconocer que a Jordi Soler lo conocía solo a través de los artículos que publica, de manera semanal, en Milenio. Y ocasionalmente, a través de las entrevistas que concede a Denisse Maerker, convertido él en una suerte de corresponsal en Cataluña. Da gusto toparse con personas que tienen un uso tan virtuoso del lenguaje.
A mis manos llega la última de sus novelas: EL CUERPO ELÉCTRICO. No se confundan, no es el título de una novela pretenciosa de cualquier autor moderno que, en aras de parecer clarividente y hasta disruptor, podría argumentar una trama tan vaga e incombustible que nos provoque la no comprensión que presagia admiración fatua. Nos estamos remitiendo a la época del Mesmerismo, de la Frenología, del Espiritismo y otras tantas doctrinas que parecen entrar en conflicto con el positivismo decimonómico.

No es fácil dar con una buena novela testimonial. Muchos hacen loas sobre El impostor, de Javier Cercas. La verdad, no terminé de leerla. Cuando el relator cobra mayor protagonismo que el relato, me siento ampliamente engañado. Y definitivamente no es el caso de Jordi Soler. Llega a sus manos un manuscrito de considerable valor histórico: las memorias del mexicano más rico en Estados Unidos, en el último tercio del Siglo XIX, y el papel que tuvo la liliputiense Lucía Zárate como vedette y material de exhibición.

Veamos: Después de impartir una conferencia en la Universidad de Filadelfia, la maestra Lilian lleva a Jordi a una parte de la biblioteca donde permanecen bajo custodia las memorias de Cristino Lobatón. Son una serie de apuntes, más o menos estructurados, de los cuales se puede sacar algo, a juicio de la profesora. Soler tarda en engancharse con el manuscrito, pero de a poco descubre que se trata de la vida de dos paisanos -veracruzanos- suyos que retratan a la perfección el espíritu americano del último tercio del siglo XIX.

En fin, encarrilado el escritor, explota en partes el año sabático. Con las memorias del político y empresario Cristino, el autor la hace un poco de arqueólogo, otro tanto de historiador, y mayormente de narrador. Nos ofrece un relato en el que conocemos vida y obra de estos dos personajes, singularísimos incluso para nuestra época.

Lucía Zárate es una jovencita veracruzana que por obvios defectos genéticos será liliputiense. Ojo, no enana. Literalmente, es una versión mini de un ser humano, con una altura apenas superior a la rodilla. Eso sí, perfectamente proporcional en todas sus partes corporales, como si fuera una muñeca. Prácticamente vive recluida en El Agostadero, pueblo de naturaleza semirural del estado de Veracruz.

Su vida hubiera sido de esa manera -semirural-, si no hubiera sido descubierta por Cristino Lobatón. De padre francés y madre totonaca, tiene lo mejor de ambos mundos en la constitución de su personalidad. Cristino es promotor político de Teodoro Dehesa, diputado federal y posteriormente gobernador de Veracruz. Al descubrir que los padres cobraban a veces por llevar a la niña a exhibirse a algunos eventos y fiestas, descubre el potencial de la pequeña.

De esa manera, se convierte en apoderado y representante de Lucía. Convence al Diputado Dehesa de llevarla ante el flamante Porfirio Díaz, jefe político de México tras haber derrotado por las armas al gobierno de Lerdo de Tejada. Porfirio Díaz les ordena que acudan a la Feria Internacional de Filadelfia, representando al pueblo de México. Y aunque llegan cuando el evento está oficialmente terminado, Cristino sabrá moverse y convertir  a Lucía en un atractivo de las carpas estadounidenses.

La pequeña solo tiene que pararse, para atraer todas las miradas hacia sí. Cualquier acción o finta, por simple que sea, causa aplausos e hilaridad. Ella es el cuerpo eléctrico, la que atrae las miradas de todos los que la rodean. Ella se convertirá en una estrella del escenario artístico de un país naciente, mientras Cristino amasa una pequeña fortuna como su representante artístico.

Pero otra persona acompañará a Cristino en esta aventura, y es el verdadero artífice de su fortuna económica. Ly -Yu. Un inmigrante chino cuya madre atiende un burdel en Veracruz, tierra de Cristino. Los chinos son maestros en eso del opio, gracias a las infamias de Gran Bretaña. Toca su venganza social, pues los chinos de aquella época no solo "servirán" para la construcción de ferrocarriles en California: también serán propagadores de la adicción al opio en los tiempos en que su consumo recreativo era legal.

De esta manera, de las manos de Ly Yu y de Lucía Zárate, Cristino Lobatón se convertirá en todo un business man, tanto del espectáculo como de la venta de drogas. Bien podría decirse que estableció el Cártel del Midwest, con epicentro en una tribu de nativos americanos avecindada en Nebraska. Todo irá más o menos bien hasta que Lucía muere en condiciones un tanto extrañas.

La novela es un relato interesantísimo del origen de Cristino y de Lucía, de su viaje a los estados unidos, de la vida de las estrellas freaks que tanto hacían la delicia del morboso público norteamericano, y de cómo el consumo del opio provocaba fracturas sociales en medio de la parte más conservadora de la sociedad norteamericana. Y aquí queremos legalizar las drogas. Bueno, la historia parece repetirse.

Hay que darle su merecido honor a Jordi Soler. Como autor, sabe poner las cosas en su lugar. No se arriesga con extraños experimentos, y la novela siempre está en tercera persona. Acota adecuadamente sus juicios y reflexiones, dejando que los protagonistas lo sean en todo momento. Definitivamente, una gran novela testimonial, si se me permite el término.

Varias cosas se coligen como enseñanza para nuestros tiempos. Cristino Lobatón lo decía, categóricamente, en sus memorias: Cada minuto nace un idiota; si la gente no fuera idiota, el mundo sería ingobernable. No tengo más que estar de acuerdo con él, pasados dos días de las elecciones en nuestro país.