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domingo, 18 de mayo de 2014

Matar a un ruiseñor. Reseña y opinión.



No sé si sea correcto aplicar en la literatura la misma frase que se utiliza para ciertos artistas musicales: "One hit wonders". Tenemos cantantes que arrasaron con los espacios mediáticos con una sola canción....y luego desaparecieron. Dudamos de la relevancia y trascendencia de su maravilla, como el futbolista que logra una chilena, tiene sus quince minutos de gloria, y luego se hunde en el anonimato.

Me resisto a utilizar la frase, porque Harper Lee, aunque sea para el dominio público escritora de un solo libro (maravilloso, por cierto), tiene bien sentados sus reales en el terreno de la relevancia. Las grandes luchas de la humanidad han sido en aras de buscar la igualdad. Y son luchas inacabadas.

En estos años recientes, el tema de la discriminación racial volvió cobrar fuerza en la producción artística. Hemos visto pasar a lo largo y ancho de nuestras pantallas películas como Lincoln, A better life, Django y 12 years a slave. En esa vorágine de reflexión sobre la igualdad entre seres humanos, es que decidí leer de nuevo un clásico de la literatura norteamericana: Matar a un ruiseñor.

Debo de reconocer que en esta segunda experiencia, fuera de obligaciones académicas, pude leer más entrelíneas. Y no era necesario que Harper Lee escribiera otra obra monumental. Dice demasiado con la primera. No es una novela adictiva, pero tampoco una de fácil interrupción al momento de leer.

Vayamos un poco a la trama. Scout (Jean Louise) y Jem (Jeremy) son los hijos del Abogado Atticus Finch. Huérfanos de madre, son parte de las familias honorables de Maycomb, en Alabama. El inicio del relato es una preciosa fotografía costumbrista de la Norteamérica rural y pobre de inicios del siglo XX. Hablamos de microhistoria en el más puro de los sentidos. La naturaleza del caso la remontará a una obra de alcance universal.

Poco a poco, Scout (la novela está narrada en primera persona) nos narra sobre los orígenes del pueblo, sobre sus costumbres y aventuras infantiles, sobre Dill, el amigo que los visita todos los veranos. Su vida, como la nuestra, es una sucesión de cosas aburridas, en las que esperamos unos cuantos acontecimientos que rompen el círculo nirvánico y nos ponen la pimienta.

Dentro de la comidilla del pueblo, está el caso de Arthur Radley. Un joven que ocasionó ciertos acontecimientos problemáticos (con unas tijeras) por los cuales permanece completamente escondido dentro de la vivienda de los Radley.  Scout, Jem y Dill jugarán varias veces a que intentan sacar a Boo (Arthur) de su escondite. Todo esfuerzo será infructuoso. Sin darse cuenta, al final descubrirán que jugaron con él al amigo secreto.

Mientras en la vida de los niños las preocupaciones principales consisten en romper la monotonía, escapar de la tortura de la escuela y sacar a Boo de su escondite, pronto se darán cuenta de que su padre tiene una misión que cambiará la vida de toda la familia. Tendrá que defender a Tom Robinson, un negro de fama honorable, acusado de intentar violar a la hija de Bob Ewell, Mayela.

Ya quedó muy claro en las primeras páginas que todo se maneja en ese pueblo de manera patriarcal. Cada apellido tiene una fama determinada: Los Finch son pobres pero honorables, Los Cuninham siempre pagan sus deudas, y no toman prestado lo que no podrán pagar. En este caso, los Ewell son unos sucios y flojos que viven siempre de la beneficencia pública. Su casa es la última del pueblo, junto al vertedero. Para llegar a la colonia de la gente de color, hay que pasar obligatoriamente frente a su casa, o rodear una milla.

El caso provoca todo tipo de reacciones, en base al prejuicio de los presentes. El juez designó a Atticus como abogado defensor, porque sabe que él realizará una defensa seria del acusado. Y Atticus sabe que pocas veces en la vida se presenta una situación en la que realmente se demuestra lo que tiene uno por dentro.

Debo de confesar que después de esta lectura, pongo a Atticus Finch en los altares. Es un héroe en toda la extensión de la palabra. Buen padre, buen abogado, representante estatal. Honesto a carta cabal. No ha tomado un arma en años, a pesar de que es el mejor tirador del candado. Tomará un rifle solo por necesidad, para asesinar a un perro rabioso que amenazaba al pueblo. Y solventará las amenazas de los vecinos que intentarán linchar al negro Tom los días previos al juicio.

Jem y Scout sufren las consecuencias de ser las hijas del abogado defensor. Primos y compañeros de la escuela los llaman amantes de los negros. Una buena dosis de chipotes y varios rasguños quedan como evidencia de su amor y admiración por su padre. Y su padre no sabe si estarán preparados para el momento crucial.

Llega el día del juicio. Los testimonios de la parte acusadora son endebles a más no poder. La supuesta víctima tiene las lesiones en su cara en el lado derecho. O sea, que un zurdo la golpeó. El padre de Mayela es zurdo, y Tom Robinson no tiene mano izquierda, por un accidente laboral. Atticus logra con sus argumentaciones poner esos hechos a la vista del jurado y del público. Pero la realidad se impone. El jurado condena a Tom Robinson.

Semanas después. Tom Robinson es asesinado en la cárcel. Se dice que trató de escaparse, y le dispararon al intentar brincarse la barda. Bob Ewell escupe en la cara a Atticus y jura vengarse. Lo culpa del desprestigio que acarreó la participación de Atticus en el juicio. El punto es que nadie creyó que Tom Fuera Culpable. Pero ¿quién en su sano juicio, antepondría los derechos de un negro sobre un blanco en el sur de USA en los años treinta? Todos saben que Bob Ewell es un parásito social. El creía que se convertiría en el héroe de los blancos.

La ocasión para vengarse llegó. Bob Ewell intenta dañar a los niños una oscura noche, cuando éstos regresaban de una presentación en la escuela. Tanto Jem como Scout no saben lo que pasó en medio de la noche. Jem termina conmocionado y Scout arañada y lastimada. De entre las sombras, termina muerto Bob Ewel y una persona se lleva a los niños a casa de Atticus. Es Boo Radley.

La parte final del libro, consiste en la reacción ( y conmoción) que causa en casa de los Finch. El atentado. El misterio se ha develado: han logrado que Boo salga de su casa, y el sr. Ewell ha recibido su merecido. Los niños han madurado mucho ante tan aterrorozante experiencia. y Atticus quiere seguir siendo completamente honesto. Nadie sabe de qué forma murió Bob Ewell, el perpretador. ¿Lo mató Boo Radley? ¿Jem. en defensa, alcanzó a arrebatarle el cuchillo y clavárselo? El sheriff del condado opta por un asalida salomónica. En su investigación concluirá que el maldito Ewell se clavó por accidente el cuchillo, al huir y tropezarse con las ramas del fresno en las que atacó a los niños.

Hay partes del texto que son, sencillamente deliciosas: el momento en que Calpurnia (la sirviente) lleva a los niños a una iglesia para negros. Es una experiencia conmovedora. Y la parte posterior al juicio, en la que la casa de Atticus se llena de presentes de parte de todas las familias de la comunidad de color: duraznos en almíbar, pollo frito, pay de queso. No les importa que haya perdido el juicio. Valoran que se haya tomado en serio el caso.

Finalmente, me quedo con un gran sabor de boca por haber leído de nuevo el texto. Sigue teniendo una vigencia descomunal. Y como dice Atticus, en su exhorto final al tribunal. "Reconozcámoslo: no somos iguales. Pero debe de haber un lugar en el que todos son iguales, sin importar la raza, la procedencia o el color: el tribunal. Desgraciadamente, su postulado no se pudo demostrar, en esta novela.