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lunes, 18 de enero de 2016

Kane y Abel. Maestro de la narrativa.



Hace menos de una semana que agregué mi anterior participación, relativa al libro de David Lagerkrantz;  aquí me tienen a punto de dar testimonio de uno de los libros más adictivos que he leído en los últimos meses. Literalmente, hizo que volviera en mí el fenómeno de no soltar el libro, con el fin de avanzar aunque sea una páginas en mis ratos libres. Acabar rápido en el trabajo para leer unos capítulos más. Y lo más sobresaliente: en toda esta semana no toqué para nada Netflix ni Clarovideo... pues sencillamente prefería leer en vez de continuar con cuanta serie tengo pendiente. Maldita procastinación.

El punto es que, con la experiencia adquirida de una de las novelas más importantes de Jeffrey Archer, me doy cuenta de que tiene uno de los estilos narrativos más digeribles que he conocido. Es ágil, sin llegar al minimalismo descriptivo. Su lenguaje se adapta tanto para los que gustan de estructuras sencillas como las medias. Y los que tienen un buen caudal de cultura general, no se sentirán defraudados: pasamos por la historia del siglo XX de manera tan vertiginosa, que al tiempo que leemos sentimos esa necesidad mental de completar los espacios con nuestros conocimientos y nuestra visión de las cosas. Y la historia de dos sujetos que, en otro mundo o en otra época, podrían ser hermanos.

Abel Rosnosvky (cuyo verdadero nombre resulta impronunciable; él tomará el nombre de su padre biológico) es un niño huérfano de madre, que es adoptado por una familia de campesinos a la orden de un gran varón polaco. Destacará desde pequeño por su viveza física y su amplia capacidad intelectual. Generará vínculos afectivos con Florentina, su hermanastra y su mejor muestra de cariño en un ambiente tan hostil como lo era la Polonia de la 1º Guerra Mundial.

En cambio, Willian Kane es el hijo único de un gran banquero bostoniano. Nace en medio de sábanas de seda, y su ambiente familiar se asemeja perfectamente a lo que podríamos ver en cualquier capítulo de Downtown Abby. Sin embargo, no es noble, es un megaburgués hijo de banqueros. Se esperan de él las máximas calificaciones en la escuela de San Paul, y el Summa Cum Laudem en Harvard. Se conjugan en su ambiente la tradición clasista inglesa con el espíritu del mérito protestante y anglosajón. Su padre morirá en el Titanic, para agregarle un poco más de dramatismo a su vida.

Así, como intercalé las biografías de ambos personales, el autor también desarrolla sus vidas. Ambos harán más de lo que se les pronosticaba de inicio. Pero el caso de Abel Rosnovsky es sobresaliente. En su vida, llega a perderlo todo más de una vez, para reconstruirlo. Siempre portará una pulsera de plata, digna de Tiffani's, regalo del gran Barón. A final de cuentas, su padre biológico. ¿Resulta que la mujer embarazada que, muere al dar a luz en medio del campo, sería la amante del Barón Abel? Lo demuestra la única tetilla que conserva nuestro querido Glodva (nombre real de Abel), al igual que lo hace ver el barón antes de su muerte.

Pero no es mi intención narrar toda la historia. Pasan muchas cosas. Insisto que el estilo narrativo de Jeffrey Archer prioriza la acción sobre la descripción. No es para nada contemplativo, y sí sumamente activo. No da muchos detalles sobre los lugares, las situaciones ni los sentimientos. Pero sabe entrelazar con maestría los acontecimientos, de manera que la novela fluye. Y lugares tan lejanos como la Siberia cercana al Baikal y Boston, terminan por confluir en el Nueva York de la Gran Depresión.

A partir del segundo tercio del libro, la novela se convierte en una rivalidad abierta entre los dos personajes: El presidente de un banco, relamido en formas y en ideas, y el migrante emprendedor que aprovecha su oportunidad para sacar del marasmo una cadena de hoteles (cualquier semejanza con el Hilton es coincidencia, por aquello de los orígenes Texanos) en bancarrota y convertirlos en una de las cadenas más exitosas del mundo. Sin embargo, los agravios pasados no se olvidan.

Es cierto que el autor tiene algunos giros de tuerca al final, aunque algunos no son tan sorpresivos como se pueden imaginar. Desde la mitad se intuye algo sobre el financiador anónimo que ayuda a Abel a rescatar los hoteles. Sin embargo, sí hay eventos imprevistos en la parte final. Caín y Abel pueden intentar destruirse entre sí, pero al final de cuentas son hermanos. La única diferencia es que, en ese caso, el orden de los decesos está invertido.

Definitivamente devoré el libro a lo largo de los 5 días. Y acabo de acudir a la librería para ver si tenían en existencia su continuación "La hija pródiga". No lo tienen, y me tuve que conformar con comprar otro libro de mismo autor: "El undécimo mandamiento". Me confieso fan temporal del hagiógrafo, y seguramente leeré más obras de él en el futuro. Es un tipo de narrativa que para nada me cuesta trabajo. Y sobre todo, alejó mis ojos de la pantalla, para ponerlos en las páginas.