Hemos llegado a la parte culminante de la saga. Las historias de dos países y de tres casas reinantes, colisionarán en este tomo para dar origen a una de las guerras más largas en la historia de los países. Resentimientos que todavía hoy salen a flote entre ingleses y franceses, tienen su origen en dicha conflagración.
Aparentemente, estos años
manifiestan la consolidación de ambas coronas: la de los Plantagement en
Inglaterra (con buena dosis de sangre capeta) y la de los Valois en Francia.
Carlos el hermoso está agonizante. Es cuestión de días para que su muerte
ocurra. Roberto de Artois, en los hechos el administrador del reino, mueve
todas sus bazas para conseguir que la regencia caiga sobre el hijo de su
protector Carlos, el cual murió otrora unos años. Carlos muere sin dejar
descendencia masculina. Su tercera esposa está embarazada. Habrá que esperar,
para tener un nuevo rey si el niño nace varón. Si, por el contrario, es una
mujer, se aplicará la ley Sálica y se buscará un nuevo rey según el grado de cercanía
de consanguineidad.
Mientras Carlos agoniza y tose
sangre en su lecho, Roberto enlaza todos los cabos posibles, para asegurar que
quede en la regencia su primo Felipe de Valois. De ser así, él podrá seguir
mandando en el país más poderoso de Europa Occidental.
La historia, a lo largo del
libro, se construye en una suerte de paralelismo entre el destino del rey de
Francia, y el destino del rey de Inglaterra. Al nuevo rey de francés se le
llama “el rey encontrado”. No era un rey de sangre, sino el candidato más
fuerte por la cercanía familiar. Las mujeres quedan descalificadas por el
criterio de la Ley Sálica.
Bajo ese mismo criterio, Eduardo
III de Inglaterra no tiene por qué reclamar su derecho al trono, aunque su
madre sea hija de Felipe el Hermoso. Como sea, enviará a Orleton con los pares
franceses a reclamar su derecho al reino. Todos se sorprenden ante la
insolencia de tal canónigo, enviado por el designio de un puberto real. En el
debate de los nobles gálicos, su reclamación tendrá de momento un carácter
meramente testimonial. Con el paso de los años, cobrará importancia.
¿Qué ocurre mientras tanto? En
nuevo rey Felipe goza de una popularidad inicial completamente peñanietista: es
alto, apuesto, tiene el porte de un verdadero rey y se luce en las justas y las
competencias caballerescas. Todas las mujeres francesas sueñan con el nuevo
rey; el rey encontrado. Roberto de Artois aprendió bien de su suegro, Carlos de
Valois. Ahora es él quien en realidad manda en toda la campiña francesa. Aprovechará
la oportunidad para reclamar de nueva cuenta el Artois. Ahora recurrirá a lo
inverosímil: sabiendo, de buena fuente, que unos documentos que le otorgaban el
derecho al condado fueron quemados por Mahaut, se propondrá falsificarlos.
Viene la ceremonia de vasallaje.
Eduardo III no está muy dispuesto: un hijo de rey no debe arrodillarse ante un
hijo de un noble. Los negociadores de ambas partes llegan a un formulismo
adecuado. Y en plena ceremonia, Roberto de Artois vuelve a reclamar su condado,
afirmando que presentará pruebas. Dimes y diretes se cruzan entre Roberto y su
tía. La suerte está echada.
¿Qué ha pasado en Inglaterra?
Tras tres años de regencia de Mortimer, éste se ha vuelto igual de tirano que
los Le Despenser. Tiene dominada a la reina madre. Controla el país con mano de
hierro. Poco a poco, destierra o ejecuta a sus opositores, incluido el Conde de
Kent, tío de Eduardo III. Una nueva conspiración libertaria se gesta, ahora con
el rey Eduardo a la cabeza. Está por cumplir la mayoría de edad, y no puede
permitirse que Mortimer sea el verdadero dominador del reino. Un estilo de
gobierno muy parecido al de Felipe el Hermoso se va gestando en la mente del
nuevo rey.
El complot se pone en marcha: es
atrapado Mortimer, desarmados sus secuaces, y condenado a muerte.
Paradójicamente, es puesto prisionero en el mismo castillo del cual escapó,
cuando conjuró contra el rey padre del actual.
El proceso del Artois está en
marcha. La idea de las falsificaciones no se muestra del todo conveniente.
Beatriz de HIrson, en tono vengativo por el trato que recientemente le profesa
la dama Mahaut, conspira junto con Roberto. Es una doble espía. Ella cree que
dominará al gigante, pero ella termina dominada por la pasión y la virilidad
del aspirante a Conde.
Regresan los torneos de
caballería. Un espectáculo para el pueblo, pródigo en gastos y en riesgos. No
se habían realizado desde la época en que Felipe el hermoso los prohibió.
Numerosos muertos y heridos en un afán competitivo, no en una guerra verdadera.
En medio de uno de esos torneos, el rey Felipe le pide a Roberto que retire su
demanda sobre el Artois, dado que la perderá. Los árbitros del juicio están
convencidos de la falsificación de documentos. Roberto se niega. El rey Felipe
le advierte que será condenado. Roberto huye. Es declarado proscrito.
Llegamos a la parte fundamental.
Roberto, vagando de región en región, es, poco menos de un criminal de altos
vuelos. Un perfecto apestado de la sociedad. Tuvo tiempo de cambiar sus
propiedades y bienes por letras de cambio, que cobra poco a poco en cada lugar
en el que recae, gracias a los banqueros italianos. La última obra buena de
Tolomei hacia el gigante con aroma de jabalí.
En medio de esa odisea, Roberto
se entrevista con el antiguo Conde de Flandes. Éste se queja de la situación de
sus paisanos bajo el yugo francés. Dicha situación mejoraría, si obedecieran al
rey de Inglaterra, pues de allí viene la lana que ellos convierten en telas. –
Ese problema tiene solución – comentar Roberto. – Solo basta convencer al joven
Eduardo de que él es el verdadero aspirante al trono de Francia.
La maquinación está en marcha.
Roberto huye a Inglaterra. Es un huésped de honor, en la corte de Eduardo III.
Poco a poco, irá sembrando en los presentes la idea de que el trono les ha sido
usurpado por un advenedizo. Él construyó el trono de Felipe VI; ahora se
encargará de destruirlo. En los capítulos finales, observamos los primeros
incidentes de la guerra más prolongada de la historia: la guerra de los 100
años.
Roberto muere, encabezando un
embate de tropas inglesas en el norte de Francia. Nunca verá de regreso su
condado. El motivo real de la guerra se ha fulminado. Pero nadie lo sabe, o a
nadie le interesa. Todos están envueltos en esa vorágine de confusión por la
sangre, el honor, las tradiciones y, por supuesto, la ambición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario