Dicen que la menor solución para
leer en tiempos de crisis consiste en retomar lo que valió la pena haber leído.
Y precisamente me encuentro en esa circunstancia. Hay que desempolvar la
biblioteca personal para encontrar ideas nuevas en libros aparentemente viejos.
La colección de “Los Reyes
Malditos” es una de mis favoritas. La habré leído, al menos, unas cuatro veces.
Su estilo narrativo tiene la mezcla adecuada de sencillez y cultura. Los primeros libros de la serie se devoran en
unas cuantas horas de lectura intensa y emocionante. Hay que admitir que afirmo
esto desde la seguridad de mi propia trinchera. Con mi proclividad a disfrutar
de la novela histórica, mis afirmaciones sobre la calidad de la colección
pueden parecer de una excesiva excelsitud.
El autor, Maurice Druon, no es un
improvisado. Combina de manera solvente sus aptitudes de novelista, ensayista y
divulgador de la historia. Sumergirse en la historia de Francia es la clave
para emerger de ella con una nueva visión del mundo moderno. Y una serie de
acontecimientos simples, ordenados de manera profética, pueden originar una
guerra de cien años. Esta es la premisa con la cual el autor elabora un relato
coherente y adecuado por su equilibrio entre el perfil físico y psicológico de
los personajes, la descripción austera pero suficiente del contexto social de
la Francia del bajo medievo, y los hechos históricos contundentes que nos
originan la cronología sustentadora da la colección. Descripción y acción en
equilibrio, con un lenguaje entendible para cualquier tipo de lector. Druon no
es pretencioso, pero tampoco mezquino con sus aportaciones históricas dentro
del libro.
Estamos ante un “Clásico
contemporáneo”, si se me permite el oxímoron. Esta saga se creó a mediados de
los cincuenta del siglo pasado, y sigue siendo un habitante distinguido de
nuestras librerías modernas. Pero dejemos de lado los elogios y las
consideraciones. Adentrémonos en el inicio de esta serie.
Estamos en los albores del siglo
XIV. El rey Felipe es el monarca más poderoso del mundo occidental. Tiene al
papado bajo sus pies, en la ciudad pontificia de Avignon. Ha acrecentado los
territorios bajo su dominio, por medio de las guerras y las alianzas
matrimoniales. Su hija es reina de Inglaterra. Sus hijos, casados
convenientemente, aseguran la permanencia de Borgoña al dominio francés. Su situación económica, apurada de momento,
se ha resuelto con la condena que hizo de los templarios.
Los templarios, Orden Militar
originada por el fenómeno cruzado, se habían convertido en los banqueros de
Europa. Uno podía confiarles su dinero y joyas en un castillo de Palestina,
para terminar cobrando el equivalente en su sede de París, por ejemplo. Bastaba
mostrar el pagaré firmado y sellado por el maestre de la fortaleza original.
Eso los volvió el objetivo más apetecible del rey de Francia. Un camino
adecuado para resolver el déficit presupuestario.
Efectivamente, en una acción
coordinada, muestra de la inteligencia militar de entonces, todos los
templarios son encarcelados y condenados. Solo escaparán los del pequeño reino
de Aragón. Sus propiedades serán saqueadas o expropiadas por el erario público.
Todos los reyes aprovecharon la situación, pues el mismo papa los condenó. La
puntilla de dicho proceso fue la condena a muerte de Jacobo de Molay, Gran
Maestre de la Orden Templaria, con sede en París.
Al momento de cumplir la condena,
mediante la muerte por la hoguera, el gran Jacobo de Molay lanza una maldición
en público: emplaza, en un lapso no mayor de un año, al Rey, a su procurador de
justicia, y al Papa...todos ante el juicio de Dios. Y efectivamente: en un
lapso menor de tiempo, mueren los tres.
Este primer libro nos narra no
solo la historia de dicha condena, ni de su cumplimiento aparentemente
cabalístico. Nos presenta la perspectiva de los pequeños errores que terminarán
por debilitar a Francia y ponerla a merced de Inglaterra: Una reina de
Inglaterra, francesa, cuyo hijo también puede ser pretendiente al trono galo. Unos
príncipes franceses enfermizos, influenciables y un tanto ineptos para la labor
política, a excepción de Felipe el Largo. Las esposas de dichos príncipes que
se solazan con sus amantes, siendo la comidilla del pueblo y arriesgando la
sucesión. La influencia de los banqueros italianos, que se erigen como el
“cuarto poder” de la época.
Tenemos un buen caldo de cultivo
para que las cosas exploten después. Al rey Felipe se le conoce como el “Rey de
Hierro”, por su carácter y determinación al gobernar. Se termina la época de la
debilidad de los reyes y la acumulación del poder entre los nobles y los
señores feudales. La burguesía quiere tener cartas en el asunto. Y mientras
tanto, el pueblo sufre; se contenta con la comida y el circo de cada día.
Una buena lectura, una buena dosis
de cultura. Una ventana para interpretar mejor la historia de Francia y
entender la histórica rivalidad que tienen con la Isla del Norte. Una lectura
obligatoria para los franceses, e interesante para el resto de los mortales.
¿Cómo termina esta primera parte?
Con la muerte de Felipe el Hermoso, antes de cumplir la cincuentena de años. El
Papa murió meses antes, y su procurador
también. El envenenamiento es el método de asesinato favorito entre la nobleza.
Las hijas de la Condesa de Borgoña, encarceladas a perpetuidad por sus
escarceos amorosos y su descarada infidelidad. Fueron descubiertas
magistralmente por su cuñada, la reina de Inglaterra. Tres candidatos al trono
observan a su padre en el lecho de muerte: Luis el mayor, con una edad mental
de quince años. Felipe el intermedio; comprobada reflexividad pero de salud
inestable. Carlos, el menor; sentimental e ingenuo como corderillo de
pastorela.
Los elementos están puestos. Los
zopilotes aletean sobre el trono de Francia. No nos perdamos el libro segundo
de la saga, el cual espero comentar la siguiente semana.
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