Uno de los autores contemporáneos
más populares de ciencia ficción falleció el pasado 2012. De hecho, la actual
Feria del Libro de León (abril 2013) le ha dedicado un espacio exclusivo en su
sección “In Memoriam”. A muchos les sonará un tanto conocido, por sus dos obras
más populares: Crónicas Marcianas y Farenheit 451. Además del entretenimiento
de calidad que nos proporciona la lectura de sus novelas, quiero aprovechar
para reflexionar con el contenido de la última mencionada. Creo que es
pertinente dada nuestra situación actual.
¿Qué tiene de pertinente la
temperatura de 451 grados Farenheit? De acuerdo al libro, es el punto de
ignición de un libro. ¿Se imaginan un mundo en el que los libros, en vez de ser
promovidos, son quemados? Se imaginan un mundo dominado por el entretenimiento
permanente, los Reality Shows, las televisiones del tamaño de una pared y la
emoción permanente que buscan todos los hombres insatisfechos, al sentir el
vértigo de un manejo acelerado de sus autos?
En algunos casos, no necesitamos
imaginar, sino recordar. Ya tenemos en nuestras tiendas departamentales
pantallas de 80 y 90 pulgadas. La tecnología en divertimento y visualización
avanza a pasos de gigante. ¿Por qué no avanza a esa misma velocidad la
tecnología de ahorro de combustible y de energías alternas? Es un pretexto
común, hasta arquetípico, el que un joven asocie la libertad y la
autodeterminación al hecho de poder manejar a grandes velocidades en lo
profundo de la noche. Y si es escapando de una patrulla, mejor. Algunos héroes
juveniles quedarán en el camino, víctimas de su propia imprudencia.
Tenemos en nuestra ciudad una
Biblioteca Estatal maravillosa. Aproximadamente 1000 personas acuden
diariamente. No se trata solo de leer, sino de aprovechar el espacio de manera
cultural y hasta recreativa. Eso no logra incrementar nuestro magro promedio de
lectura de 2.8 libros a nivel nacional. Nuestros periódicos se caracterizan por
su tremendismo, amarillismo y agendas ocultas. Los libros no han
desaparecido…simplemente se han vuelto indiferentes para la mayoría.
Por otros medios, hemos llegado
al mundo en el que vive Montag, de manera cuasi paralela. El es un bombero
incendiario. Perdonen el oxímoron, pero en el futuro planteado de esta novela,
los bomberos generan incendios para eliminar libros. La gente se entretiene con
la velocidad y los realities, la amenaza de la guerra para la sociedad es
permanente, y la gente ya no se pregunta si es feliz, porque le han quitado los
indicadores para responder dicha pregunta de manera adecuada.
No importa que seas feliz; lo que
importa es que vivas igual que los demás. La atención a las diferencias es la
mayor monserga para cualquier gobierno. Por eso los distintos estados
recomiendan que la gente viva en ciudades, así se ahorran el llevar los
servicios públicos a lo profundo de las cañadas o a los pueblos aislados del
desierto. Por eso se promueve una cultura occidental genérica. Sería una lata
lidiar con cosmovisiones indígenas o tradicionales. Es muy fácil tener una
constitución en español. ¿Para qué gastar tiempo y dinero traduciendo las leyes
al maya, al náhuatl, otomí y huichol? No cabe duda que la uniformidad es la
clave para que un gobierno nos administre fácilmente.
Si lo analizan desde esta
perspectiva, la premisa que detona la obra de Bradbury, sigue vigente. Allí
están los libros, como respaldo de todo el producto cultural de la humanidad.
Los robots no pueden hacer poesía. Y en medio de la vida del famoso bombero, la
novela nos lleva a una toma de conciencia sobre si estamos alimentando a
nuestra “humanidad” de manera adecuada.
Una esposa revivida
continuamente, caída en coma por exceso de somníferos. Ausencia de recuerdos
sobre el porqué se casó con ella. La primera jugada del pensamiento filosófico
es el preguntarse sobre el por qué de las cosas. Pero ahora, la filosofía es
una asignatura en peligro de extinción. Poco a poco, Montag va remontando esa
cascada inercial que se constituye dentro del mundo en el que vive, y busca la
liberación. Cambia diametralmente sus postulados. Ahora buscará salvar los
libros en vez de quemarlos. Su mente y su lenguaje están atrofiados, por años
de no leer. Busca quien le guíe en ese camino. Es descubierto y perseguido como
un anarquista, como un terrorista. Es abandonado por su esposa, a causa de su
excentricidad. Mata, sin plena intención, a su propio jefe, y huye en vivo y a
todo color, perseguido por los helicópteros de los medios de comunicación.
Finalmente, los libros se
conservan. Si no se encuentran físicamente, están en la mente de los rebeldes.
La rebeldía consiste en leer los clásicos. Para que los libros no mueran, están
ahora impresos en la mente de los antiguos profesores universitarios. El
nomadismo los salvará. Ha despertado el monstruo de la guerra: podemos evocar
algunos mensajes del Eclesiastés, o todo el Libro de las lamentaciones. La
ciudad está hecha llamas. Lo que la protegía, terminó por destruirla. Aprendamos, si es que nos queda un atisbo de humanidad.
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